3 de marzo de 2018

¡Gracias Pepe Meade!

Por aquellos días, en los que asistí a la escuela de educación primaria, el modelo educativo estaba basado en un principio simple, claro y contundente: «La letra, con sangre entra». Algunos de mis profesores eran vanguardistas en temas de educación y estaban convencidos que muchas veces bastaba con amenazar a los párvulos.

Esto podrá parecer un trato salvaje e inhumano aunque de habernos conocido cuando niños seguramente concordarían con nuestros preceptores: tal violencia era apenas justa. Lo cierto es que la moda era ser gandallas con quien se pudiere y un flanco por el cual fuí atacado constantemente fue mi apellido. Cada vez que pasaban lista los compañeros hacían bromas, sobre todo si el profesor era renuente a cualquier anglicismo... Ya olvidé las veces en que me lié a golpes por las burlas sobre mi irlandes patronímico, pero fueron muchas y constantes hasta el último año preparatoria.


Las mismas bromas, mofas, albures y rimas forzadas me han perseguido desde entonces en todos los ámbitos de mi vida... novias despechadas, celosas o claramente engañadas; compañeros de trabajo envidiosos o justamente agredidos; patrones  y jefes molestos por mi diligencia y obediencia; colaboradores que competían conmigo y sintieron que les hice trampa o a los que les caía mal por mi encantadora humildad; personas que fueron mis empleados o subordinados que no entendían nada del capitalismo salvaje; Discípulos que aún no se dan cuenta que los exámenes son una experiencia didáctica; Varios de mis ex-socios que todavía creen que tienen la razón; alguna persona que cree que «el cliente siempre tiene la razón» o un proveedor que supone le pude pagar antes. Mis senseis, mis confesores y casi todos mis guías espirituales.

Poca respuesta emocional me merece la socarronería de ocasión pero si la puedo eludir, lo hago. Con todo, en los trámites oficiales es indispensable que el nombre aparezca sin error en todo contrato, certificado, cédula, carnet, pasaporte, credencial para votar con fotografía, licencia, testamento y en el expediente médico.

Regularmente cuando uno culmina alguno de esos trámites un servidor público suele llamar por nombre a las personas para entregar el documento. En mi reciente experiencia escuché un llamado que me pareció canto de sílfide:

- ¡Ricardo «Miid»!

¡Gracias, Pepe Meade!

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