8 de mayo de 2019

Justeza social.

Exhacienda de Coahuixtla, Morelos

«Nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto»
Salvador Díaz Mirón


Por las mañanas «El comisionado» tenía una rutina estricta: salir a la hora precisa con su esposa y sus hijas en un solo vehículo, seguidos por escoltas y autos de reemplazo; primero a un colegio, luego al otro. Si su señora tenía un compromiso y dependiendo del propio se apeaban o cambiaban de auto. En cada momento se despedían con cariño y era conmovedor ver cómo se despedían. Parecían perros.

Por las tardes regresaban cada uno en diversos vehículos. A veces la madre llegaba primero, otras la niña pequeña siempre seguida unos minutos después, por la mayor. El comisionado podría llegar a cualquier hora.

Tenían pues sendos vehículos y escoltas, todos armados hasta los dientes y con chalecos antibalas; los autos perfectamente equipados para el manejo defensivo y agresivo, según el caso. La residencia donde habitaban también estaba perfectamente guarnecida y abastecida... un precioso jardín, un inmaculado césped... Aunque la colonia donde vivían no era de menesterosos, sino lo que suele llamarse «personas bien» era la residencia más llamativa, más iluminada, mejor pintada y mantenida.

Los de la otra colonia, la de «a lado» vivíamos de «El comisionado» y de sus vecinos. El que no requería un jardinero precisaba un plomero; era necesario un electricista para adornar el jardín con luces o unas mucamas para el arreglo de las camas; lavanderas para la ropa y los que tripulaban sus autos... choferes entrenados.

El médico de «El Comisionado» atendía en un consultorio a los que nos vivíamos cerca; solo que siempre tenía prioridad él y su familia. También el veterinario, cuando no atendía las mascotas miraba por las bestias de otros: además de perros y gatos; gallinas, patos y gansos que por ahí se criaban.

Había quien se especializaba en las reuniones y festejos; payasos, saltimbanquis, los que rentaban inflables o juegos para niños, adolescentes o adultos... y todo ese ejército de proveedores a su vez sentía hambre o antojo para lo cual no pocos la emprendieron en poner anafres y estufas para ofertar antojitos y comidas completas, según el caso.

Y había momentos en que la colonia de los ricos nomás era habitada por los pobres. Unos uniformados aquí, otros allá, pero de patrones nada: que andaban viajando de comisión gubernamental o de negocios de altos vuelos y se llevaban a la familia; incluso algunos vacacionaban varias semanas.

Todos vivíamos de ellos, pero los odiábamos. Unos más, otros menos; También estaban los que les respetaban y querían, eran los menos. Pero todos queríamos vivir... ¡no como ellos!, pero si mejor de como vivíamos y no peor... porque por su culpa de ellos, los había quienes tenían que escoger que hacer con su dinero: O comprar medicinas o transportarse; transportarse o comer; comer o ir a la escuela. Por su culpa de ellos, había quien tenía que escoger que hacer con su dinero.

Pero hasta los que tenían que escoger vivían de ellos. Nos enteramos luego.

Vinieron aires de libertad y ahora podíamos elegir quién era quién en el poder. Nos fuimos poniendo de acuerdo de apoco. Muchos debates pero al final elegimos a uno que justo decía que no iba ya a tener tanto dinero «El Comisionado», ni sus vecinos. Con el dinero que ellos derrochaban ahora iba alcanzar para que los demás viviéramos ¡No como ellos! pero mejor de cómo vivíamos y los que vivían peor, menos peor.

¡Y que votamos todos y que gana el ganón!.

Al principio no hubo ningún cambio, pero se sentía en el aire que todo iba a cambiar... «El Comisionado» se quedó todavía algún tiempo, pero empezó a cuidar sus fierros y ya no traía tanta escolta, ni tanto coche, ya no requirió al médico, ni tanta mucama; luego resultó que su señora se aficionó a cuidar sus plantas y él sus coches. Las niñas empezaron a ir a una escuela más cercana... ¡Y nos daba mucho gusto! por que así, también nos iba a ir tocando un poco más, aunque de momento fue un poco menos... porque lo que se ahorraba «El Comisionado» y sus vecinos no era que lo perdiera, nada más ya no lo gastaba en nosotros.

Llegó el día que se mudó «El Comisionado» y era entonces cuando pasamos de estar esperanzados a decepcionados porque desde entonces todo empeoró y cerraban fondas, se apagaron fogones y cerró la estética, la peluquería y la que «pelaba con paisaje» también se peló; ahí pasamos de decepcionados a desesperados.

Y ya no estábamos tan contentos, porque ya nadie nos contrató, ni para trabajitos y los que aspirábamos a vivir mejor, ya andábamos viviendo peor y los que peor, mucho peor y los que de plano vivían mal, pues ya no vivían... eso sí: ni mejor, ni peor.


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