6 de febrero de 2019

La pasión que consume a Andrés Manuel

En la colonia por donde vivo hay muchos árboles frutales, así a la vera del camino; proliferan los nísperos que dan fruto en los primeros meses del año, pero no extrañan los granados, los aguacates, las tunas... hay un plátano, varios perales y limoneros. Árboles de naranja y chayoteras.

Muchos de estos árboles están en los predios de cada vecino y (salvo los nísperos que están por todos lados) no falta un improvisado aviso en alguna casa, según la temporada: «Se vende limón», «Se vende naranja», «aguacate»... «granadas» etcétera... Adosada a una barda de mi casa una vecina tiene su granado... no es pequeña, la barda que nos separa mide más de tres metros, pero la granada se las ingeniaron para asomarse a mi casa y en tres predios.

La rama que asomaba a mi casa, generosa nos regala tres o cuatro granadas justo para hacer Chiles en Nogada en agosto y septiembre... así que eran bienvenidas y temo decir que no me tomé la molestia de irle a agradecer a la vecina los obsequios año tras año... Sí, estaba al tanto que ella vendía las granadas, un tanto más caras que las del mercado, porque eran enormes.

Hace un tres años mi vecina cortó todas las ramas que se salían del predio, dejándonos sin obsequio, lo que tampoco le fuimos a reclamar , pero la granada volvió a crecer y agradecida por la poda dio muchos frutos y nos obsequió a los vecinos circundantes muchas piezas, así que vi la ocasión de irle a comentar a la vecina de la bendición que era tal árbol y que me parecía bien compensarle por las que caían en mi terreno.

Quedé sorprendido con la violencia con la que me reprendió, me arrebató la granada que llevaba de muestra y me dijo: «Todas las granadas, todas, son mías»... Está de más decir que fue un poco triste su reacción. Si me hubiera pedido colaboración para mantener la granada, seguro que hubiere cooperado... De hecho, con esa intención iba a verla.

Al día siguiente oí instrucciones de una cuadrilla de jardineros, sierras y luego la caída de un árbol, me asomé y había quedado en el patio una rama con frutos verdes. Intrigado fui a visitar a la vecina.

Estacionado enfrente de la casa de mi vecina estaba el camioncito del jardinero que atiende a varios vecinos, cargado con el granado, sus las ramas con frutos verdes, sus raíces... lo sacó de plano. Pensé que el árbol estaría enfermo y me puse a revisarlo, cuando ella salió... ¡Hecha una furia!

-¡Ni piense en tomar una granada!

-¡Pero si las está arrojando a la basura!- le dije, reaccionando, aunque el asunto era que no veía que el árbol estuviere enfermo...- pero en realidad solo quería saber porqué derribó la granada, si además vende cada año lo que no consume.

- Yo hago lo que se me antoja con las cosas que están en mi casa

- ¡Va a perder!: lo que ganaba vendiendo las granadas y ahora va a gastar para comer las que venden en el mercado

- ¡Pero ni usted, ni su familia, ni los vecinos de al lado van a seguir robándome mis granadas!

- Ya nadie tendrá granadas de ese árbol: lo mató.

- Pues ¡es mi gusto! y que usted y todos los que me rodean ya no se sigan aprovechando de mi... además me voy ahorrar mucho dinero

- ¿por los baldes de agua que ya no le va poner a la granada?

- ¡No!, me voy ahorrar las granadas que ya no se van a comer ustedes.

- Pero usted ya no va comer, ni vender grandas tampoco- le dije

- Pues sí, yo pierdo, pero lo que me alegra el día es que usted ya no gana. ¿eh, qué tal, eh? ¡Viejo deshonesto!

- Me parece absurdo que haya sacrificado su granada, sus ingresos solo para que yo y otros vecinos no puedan comer de ese árbol... ¡mató el árbol!

-Pues... ¡ya ve!

-¡Ya veo, que fea es la envidia; mata el alma, la envenena!

1 comentario:

Shalujá dijo...

Claro ejemplo de cómo la envidia ciega.