Anhelantes
por acariciar la luna las nubes se arremolinan y la luminosidad azul que las noches de estío la hacen romántica, ahora era mórbida y de espectro
alucinante, incita a las mentes susceptibles al espanto, al
temor; el viento que suave y fresco es una dulzura en primavera, ahora en rachas y arrebatos
húmedos, tan solo eriza la piel, en un efecto frío que nada
anhelan los cuerpos, la conciencia obscura teme entonces de los fantasmas, alguna venganza mística.
Los
cantos de las aves que en el día es un himno a la vida, a la procreación y
hasta festivo carnaval para todo tipo de ser vivo; ahora, en el nocturno
desolado, los ululares y otros cantos estremecen el alma, que ardorosa
busca el albor del día como si tal fuere un consuelo. En
aquel refugio los maderos y las celosías se
conjuraban, además, para obsequiar más sombras y ruidos inquietantes.
Un
camino rústico serpentea y se adivinan sus trazos gracias a la caprichosa luna
y la enigmática niebla. De día se viera como blanca pantalla para los
sueños pero a estas horas es obscuro enigma que podrían ocultar
todo tipo de criaturas. Aun los perros y los gatos, mascotas tan amigables, al ser iluminados por las
lámparas tornan sus ojos en luz centelleante de rojo sanguíneo y cual hijos de la guerra
su semblante se torna espeluznante, como máscaras de hecatombe.
Éramos
fugitivos, sin delito alguno; escapando de la persecución, unos; del
hambre, otros; de las discriminaciones, algunos; de una familia abominable, que
nos abominaba. Corríamos con esperanza a lo incierto y éramos presa: Nos cazaban
autoridades, maleantes y oportunistas. Durante el día era una continuo eludir cualquier paraje que pareciere amenazado, descansar apenas para recobrar el resuello y volver a correr.
Andar y
andar por terrenos que no son los nuestros convierten la escena más amigable en
ambiente hostil, y de tanto viajar por tierras donde uno es extravagante hacen
pensar que habría menos peligros en el lejano ambiente que llamamos casa; o quizá
habría más pero conocidos, recurrentes y familiares por tanto. Más el hambre
hace a los humanos arrastrarse por las rutas más inverosímiles, por las razones más equívocas y con la compañía más bizarra.
Éramos
ajenos en territorio ajeno, que por caminar en la misma ruta ahora éramos de
confianza. Platicábamos alrededor del fuego que nos daba algún consuelo, pero evitando mirar
nuestras sombras, pues las temblorosas figuras parecían seres
diversos, con movimientos ajenos a nuestras intenciones y todos nuestros
horrores se intensificaban en una conversación repleta de muertes, cadáveres,
historias de desollados, torturas, violaciones, vejaciones y humillaciones.
Era una
conversación enrarecida con acentos y frases que requerían explicaciones…
Aun cuando alguno quisiere hablar de algún tema amable así fueren las parejas,
los hijos o las festividades próximas… de manera recurrente regresaban los
temas obscuros, hórridos y deprimentes, tal era la condición de cada uno.
Una
algarabía nos alertó, pero fue inútil toda reacción; sonaron las armas pues
algunos de los nuestros las portaban, otros blandieron sus cuchillos o navajas,
se lanzaron amenazas y adjetivos procaces al por mayor. Yo solo le temía a la
policía, a la patrulla fronteriza, a los narcotraficantes, a las autodefensas, al ejército mexicano…
Sentí
que me golpeaban en todos lados de todas direcciones; solo se oían los golpes y
los quejidos, olía feo; olía a violencia, violencia ruin y sin misericordia. Fuimos
sometidos y nuestros captores no parecían portar armas ni tampoco me quedó
conciencia de que hayan sido lastimados en modo alguno. Por supuesto que traté
de defenderme y devolver con golpes el sometimiento, pero imperó su dominio. Un
fuerte peso caía sobre mi cuerpo, como si me hubieren anestesiado y era
imposible moverme. Unas frases injuriosas fue lo último que escuché antes de perder
la conciencia. Estaba con mis captores, ¿ahora, qué irá a ser de mí?
Despertar
siempre provoca esperanza, si lo sucedido antes dormir fue bueno, es deseo que
vuelva a suceder; si se ha sufrido, se espera que todo haya sido un sueño o que no
volverá a ocurrir… Abrir los ojos y encontrar obscuridad es un terror, ¿cómo
saber si se ha perdido la vista o tan solo se está en un cuarto obscuro?, si
algún pequeño haz luminoso se filtrase…
Me
dolían todas y cada una de mis coyunturas y me percate de mi desnudez, además
el frío me hacía tiritar sin parar.
Estaba en un cuarto simple, con mosaicos
por decoración, supuse. Me pude percatar de su tamaño al tanteo. Mediría unos tres metros por lado y la techumbre estaría a los dos metros y
medio. Podría haber calculado con más precisión pero topé con los cuerpos de un
par de personas… que se quejaron al sentir mis manos… no las reconocí en modo
alguno; no atinaría a saber cuál era el idioma que hablaban… sus frases eran
incomprensibles… No sé cuánto tiempo pasó, pero el dialogo entre mis palabras y
sus balbuceos duró un buen rato… en la desesperación por comunicarnos una de
sus extremidades me empezó a palpar y a mi vez hice lo mismo con angustia y
temor pasé mis manos por sus rostros mientras me exploraban hasta que nos
dimos cuenta de que no pertenecíamos a la misma especie… éramos unas entidades
ajenas.
Barullo,
ruidos, estremecimientos, sensación de perdición, conciencia de estar sucumbiendo… nuestra suerte
con todo era la misma, la de esas criaturas inteligentes y yo…
Un ruido nos interrumpió, instintivamente miramos hacia dónde provenía este nuevo horror; se iluminó el salón todo y lo que presumí como mosaicos eran vidrios… Mis compañeros o compañeras de celda eran vagamente humanas, pero de características distintas: sus ojos, sus extremidades, la textura de su piel, similares pero de otras proporciones, nos mirábamos con curiosidad y angustia; Además nos observaban unas aún más extrañas criaturas, sin semblante, inexpresivas pero intuí que se admiraban de vernos… era parte ahora de una colección, un zoológico… todas mis fobias hoy parecen ridículas…
Un ruido nos interrumpió, instintivamente miramos hacia dónde provenía este nuevo horror; se iluminó el salón todo y lo que presumí como mosaicos eran vidrios… Mis compañeros o compañeras de celda eran vagamente humanas, pero de características distintas: sus ojos, sus extremidades, la textura de su piel, similares pero de otras proporciones, nos mirábamos con curiosidad y angustia; Además nos observaban unas aún más extrañas criaturas, sin semblante, inexpresivas pero intuí que se admiraban de vernos… era parte ahora de una colección, un zoológico… todas mis fobias hoy parecen ridículas…
Yo solo le temía a la policía, a la patrulla fronteriza, a los narcotraficantes, a las autodefensas, al ejército mexicano…
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