20 de agosto de 2014

Experiencia de horror

El drama humano tiene, en la Ciudad de México, un escenario recurrente: las delegaciones judiciales. Hay días sin duda más proclives para exhibir la naturaleza caída de las personas. No es lo mismo el espectáculo un jueves o vienes, incluso sábado que una tarde de lunes o del martes.

Es común mirar "nosferatus", "zobies", "mujeres lagarto", tahúres, facinerosos u homicidas consuetudinarios, personas dedicadas a la prostitución que ya debieran tener tarjeta con millas aéreas o plan de puntos... Los infractores de tránsito y personas que se han accidentado en su vehículo, son las más. Aunque hay médicos expertos en la rehabilitación ortopédica que consideran que miran el basurero humano, la auténtica podredumbre suele acabar ahí, en una delegación judicial.

Es un transito obligado en mis vaivenes como ciclista y he mirado ahí todo desmán probable. Personas que sacian sus apetitos justo por esta angustia, miras a personas comiendo, bebiendo, con urgencias sanitarias, otros que se doblan de sueño o bien entusiastas del afecto. Está el que abrumado por sus problemas no tiene recato de pedir dinero o la que careciendo de todo solloza de manera lastimera.

Los que ahí pasamos sabemos que poco duran esas dolencias por más morboso que sea observar con detenimiento un vehículo retorcido, un miembro del cuerpo chamuscado o partes no identificadas de algo que estuvo vivo y razonando en el capó de un automóvil. Con suficientes experiencias no hay tal cosa que no sea imaginable, careciendo uno de toda capacidad de sorpresa.

Pasé sin misericordia una mañana de domingo sin mucha expectativa, pues a esas horas de esos días el teatro en cuestión es claramente simple, ordinario. De algún arbusto, zanja, cloaca saltó un niño o fuere un duende, nomo o esos adultos de la tierra media que parecen niños.

Su indumentaria no podía ser más equívoca: unos pantalones de lona, unas zapatillas propias para el deporte, una camiseta que mezclando letras y dibujos expresaba algo así como "Te amo señor Darcy", hablaba una jerigonza similar al español, olvidé decir que vestía una sonrisa y corriendo saludaba muy cerca de mi:

- ¿Me lleva?, ¡Don!, ¿me lleva?.


Este es un dibujo que pude hacer del niño.

Dios sabe que no soy pedófilo, misópedo o fobópedo... digamos que el tropismo natural de los seres humanos hacia los infantes fue extirpado de mi código genético. Estas criaturas con grandes ojos y escuálido cuerpo nada me enternecen y sus hábitos me hostigan. No soy hostil a los niños, simplemente...

Podrás comprender que mirar esta entidad persiguiéndome con afán, si quieres amable, pudo horrorizarme. Para disculpar mis sentimientos me decía yo que era un menudo problema que el progenitor me viera llevándome al crío o que en alguna maniobra pudiere lastimarse o hasta perecer... pero debo confesar que el horror era por su causa; él, en sí mismo...

Comencé por aumentar mi ritmo de pedaleo, cambiar la multiplicación y optar por la rueda más pequeña del piñón de la bicicleta, todo ello aunado a mis terrores no exagero si les digo que me permitió alcanzar una velocidad cercana a los sesenta kilómetros por hora, en una pendiente ligera... pero el rapaz no solo logró mantenerse a distancia cuanto que percibí que se aproximaba, luego me dio la impresión que, cual felino, tomaba un impulso mayúsculo y se lanzaba en vuelo hacia mi...

Me incliné y logré tomar una curva, por la calle adyacente, para mi mala fortuna me esperaba una cruel pendiente que de ordinario apenas puedo solventar, pero era tanta mi urgencia por salvar la vida que seguí incrementando la velocidad.

El pequeño ser se impulsaba no se bajo que artilugio o magia, daba saltos descomunales... sus dientes eran todos pequeños, pero como colmillos o dentición de tiburón... sus pequeñas manitas era una especie de combinación de garras, garfios y ganzúas que se extendían como lo hacen las uñas del oso pardo y si hubiere conocido al hediondo monstruo de la laguna verde, este hubiere obsequiado de desodorantes a este cruel párvulo de Levitán.

Llegué con trabajos al mercado, esperando que el bullicio propio de esta zona disipara la visión que me perseguía, para mi desasosiego el salario mínimo sí que no alcanza para nada y la situación de la ciudad y del país es de deflación, por lo que no había por allí más que ecos de carestía. Seguí rumbo a la capilla, siendo domingo y las personas necesitadas muchos invocarían en el templo por sus necesidades; lo cierto es que estaba más vacía que el propio mercado, si tal es posible. Ya las personas en nada creen...

No es que sea pesimista con la naturaleza humana pero buscando auxilio, o al menos testigos de mi situación, tomé rumbo a la cantina... He de reconocer que el vicioso requiere de algún dinero, si no hay centavo hasta el alcohol se pone caro y me preció no solo cerrada, sino clausurada la Hija del Taltuani, como era conocido el local.

Me fui entonces para una zona donde se dice que habría meretrices y como sostuviere Carlos Marx que la enajenación del proletario es el sexo, supuse que los pocos dineros acabarían en tales intercambios... Pero se equivocó el teórico, ahí no habría nadie...

Solo me quedaba un recurso, un solo lugar donde eludir a mi pertinaz alegoría, la casa del intocable, del supremo poderoso. Tomé entonces por el mal llamado periférico, doblé por la avenida que hace gala a los que redactaron la carta magna, luego por la que hace honor el trigésimo quinto virrey de la Nueva España, para llegar cerca del molino donde los estadounidenses se dieron gusto masacrando mexicanitos...

En la recepción me detuvo un militar, preguntándome por mis intenciones... ahí fue donde ardió Ilión y el espectáculo fue genial. El soldado sacó su arma, cortó cartucho y se batió en polvorosa, yendo yo detrás y el chamaco chamuco persiguiéndonos...

Eso fue solo el principio... luego salvé la vida. ¡Pero a qué costo!

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