Las imágenes que nos envían los japoneses y residentes de las consecuencias del terremoto y el tsunami me llenan de estupor y tristeza. El terror que se experimenta, la sensación de desamparo, el amago de muerte; la pérdida de patrimonio y el extravío total al saber la muerte de los seres queridos.
Apenas puedo suponer el temor y terror que experimentan. Este tipo de experiencias ajenas no dejan de ponerme en mi lugar, en ocasiones tan preocupado por banalidades; a veces pienso que la urgencia es no apreciar las cosas buenas de la vida, estar husmeando en lo absurdo de lo absurdo y superficial, nada más para decir que sufrimos, cuando no sufrimos.
Las inconveniencias de la vida, con todo, no logran despertar los ánimos de solidaridad en todos, con sorpresa mayúscula me entero de actitudes xenofóbicas (hay personas que se alegran del destino de los japoneses) o después de mirar fotos y leer textos no falta el ama de casa que piensa “¿qué le pasaría a mi casita si le cae un tsunami desde oriente?”, no pocos editorialistas explotan el tema en un sentido u otro, que sí está el gobierno preparado o no para una contingencia de ese tipo…
Son muchas las víctimas del fenómeno, muchas sus pérdidas; tan bien son muchos los que han salvado la vida, y los que se han hecho héroes. Estoy seguro que las personas que conforman la nación japonesa saldrá fortalecida y celebrará los cerezos en flor. Se que renacerán comunidades ahí donde sucumbieron otros muchos y habrá entonces quien les recuerde.
Vivimos en un planeta cuyas cualidades para albergar vida son más misteriosas que sabidas. Vivimos en un precario equilibrio donde nuestra existencia cabe, pero el universo se mide en una escala de tiempo imponentemente superior, incomprensible y apenas entendible para los más eruditos. La existencia de las demás cosas del universo es tan extensa que dada nuestra limitada duración, son prácticamente eternas…
y una flor de cerezo acrisola, como símbolo de que la vida, sigue…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario