23 de marzo de 2011

Frustración.

Quizá hayan sido los psicólogos de libros de autoayuda o algún traductor extraviado… el evento ocurrió, casi sin duda en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial… Pero claro puede ser anterior. El caso es que la palabra ahora se refiere a la respuesta del espectador y no al agente consecuente al acto, aunque a veces sí.

“La policía frustró un asalto bancario”. En esta frase, impecablemente se utiliza el verbo frustrar. Unos maleantes esperan hacerse del dinero en custodia de una institución bancaria, la policía evita la consecuencia de tal maldad. El acto es frustrado; los maleantes, aprehendidos.

Una persona puede frustrar las intenciones de otra, más no frustrarla… ni aun cuando le matara, en tal caso los planes de la víctima, que no el occiso, estarían frustrados. Malamente usado el término hoy día tiene una carga emocional profunda. Escucho con frecuencia que una persona critica a otra, y le dice… “Es una frustrada, es un frustrado”. Cuando tal no es posible.

En psicología se trata del manejo de la frustración, las personas que tienen una baja tolerancia a no recibir las consecuencias esperadas de sus actos tienden a percibir amenaza, actuando con violencia (Si Jalisco no gana, arrebata). Tal no es una conducta de “frustrados”, sino de intolerantes. Una persona que sabe manejar la frustración entenderá como ha colaborado para no recibir las consecuencias deseadas por sus actos, cambiando su comportamiento… Otros harán berrinches.

La frustración no es otra cosa que una maestra, única y hasta bella forma de moldear nuestro comportamiento. El bebe choca y se lastima, ello le llevará a ser una estrella del escenario, si maneja bien la frustración o un violento torpe, si la maneja mal. No hay personas frustradas, ni aun en un aborto, en tal caso lo frustrado es el alumbramiento.

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