Opúsculo donde el autor hace importantes aseveraciones, si bien es que no resalta las fuentes, ni revela el nombre de cierta monja ni las peripecias que hiciere la autoridad eclesiástica, ni como, ni porque los estadounidenses vieron en tal fiesta una oportunidad de negocio
Era una delicia para los gachupines atacar las fuerzas insurgentes, cuanto que muerto Chema Morelos, los rebeldes no encontraban orden, ni consuelo; tampoco los criollos todos, respaldaban como respaldaron; y los mestizos se hacían un lío, ¡que va de las condecoraciones!, sino por los grados mismos: si aquel era teniente, el de allá era capitán.
Las tropas de los más o menos expertos se separaban en patrullas, que no eran sino salteadores de camino, que cobraban el paso de los comerciantes, y al carecer de parque o armas adecuadas para dispararlas, acudían a las lanzas y a las piedras; y no habiendo soldado viejo que les siguiera, acabaron reclutando huérfanos que por un mendrugo exponían la vida y el alma... y había veces que, por menos, exponían aun más.
Bien se sabe que a los doce se puede heredar, que incluso antes se puede ser rey y todavía antes, pero no mucho más, adelantado; pero los escuincles, como les llamaban despectivamente los gachupines, eran una molestia pues mal enfundados en una casaca o con paliacate tan sólo; y a veces con sólo decirlo, ya eran rebeldes. Robaban y mataban a cual más y no había jauría o respaldo que sufriera sin mella el ataque de setenta u ochenta hambrientos, harapientos hijos de la insurgencia todos ellos de no más de doce, o menos.
Azoradas las escasas autoridades eclesiásticas de aquel entonces, por las matanzas de rapaces hijos de criollos que correteaban con las malas influencias de los pocos naturales y la plétora de castas, se atrevieron a buscar algún consejo con las monjas del jerónimas, tan leídas y versadas tanto por vocación como por disciplina y fue con una de ellas, que por su belleza, recordara a todos a la décima musa, que todos propusieron propusiera alguna medida.
Y si bien el opúsculo versado en endecasílabos y cuartetas se ha extraviado en alguna biblioteca, y perdido toda legibilidad en la humedad, lo cierto es que el tratado existió y, con la pena que supone el ser casi analfabeto, y aun así atreverse uno a escribir la solución de la heredera en espíritu de Sor Filetea, haciéndolo por mas sentido del deber que del arte y he de hacerlo con mucho error, y terror a quedar mal, pero con más temor a que la idea se pierda.
Decía, entonces la monja, que los pequeños no eran pues escuincles aunque lo parecieran, que no por parecerlo, perecieran; que eran así como espejos, como los que aparentan las aguas calmas y nuestra imagen reflejan; no era entonces una sola inclinación al mal lo que los empujaba a herir, robar y matar; sino el parecido exiguo con sus padres y abuelos, que así hacían y que ellos remedaban.
Abundaba, la poeta, que los rapaces no eran tales, aunque semejaran, pero tal símil no les llevara a la tortura que propiciara Torquemada, sino al consejo, pues si eran iguales a alguien era a los criadores, los que encomendados por Dios, tenían en administración no sólo la salud de sus cuerpos, sino el refrigerio de sus almas y que ellos miraban robaban y se intoxicaban con cosas funestas además del alcohol.
Y muchos consejos daba, de como tratarlos con cariño y consuelo a sus enfermedades y males, por más que ser hijos de naturales o de mezcla y casta, o criollos de primera generación, que al final eran, como todos hijos de Dios y que para que no perecieran todos los que en tierras americanas había proponía que se les respetase en todo, al menos un día.
Y si en todo se les consentía, bien pudiera haber algún mendrugo extra o incluso ¡una golosina! aunque fuere tan solo una fruta dulce o quizá el descanso del trabajo o quizá una hora más de descanso. ¡Que bien no vieran, si en lugar de males, los adultos algún bien les dieran!
Muchas madres se entusiasmaron con la idea, y de luego que buscaron un día por el santo y como ninguno les alcanzó y el treinta de abril les pareciera bueno, ese idea eligieron. Y se hizo fiesta y cualquiera que pasara por la calle era no solo respetado, sino adulado y empezaron los desfiles y los saltimbanquis y otros que por arte tienen el circo y divertían mucho a los críos con sus puntadas y sus disfraces.
Muchos años después, cuando los yanquis nos invadieron se percataron de la fiesta y mucho se regocijaron de la idea, y de como explotarla comercialmente y se la llevaron allende el Bravo, que le dicen ellos grande; y se llevaron muchas otras fiestas y tradiciones junto con las nochebuenas que allá le dicen poinsetas y con la salsa picante que le dicen tabasco y con las margaritas, que además de tequilia le pusieron controy.... aunque todo eso, no es tan cuento...
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