Somera reflexión sobre la frívola práctica de obsequiar golosinas y otras necedades a los que se prometen amor, por encima de hacienda alguna y de como tal comportamiento obedece a otras necesidades descritas aquí, también superficialmente y mucho ayudará que otra, otro y otros terminen extiendan y expliquen el día de San Valentín que por familiaridad ya se le dice Valentín y en otras se aduce ser “el Valentín” de una persona por la mera gracia de acompañarle a una tertulia.
Cosa fácil es olvidar los trajines de una semana, por triste o festiva que sea; a los pocos días se borran de la memoria, palabras; a los meses, comportamientos y luego hasta deudas, semblantes y compromisos. Hemos de este modo olvidado casi todo con el paso de las generaciones. ¿Cómo explicar, si no, tanta ignorancia? Que si los contamos con detalle no juntamos los días para los trescientos años de gobierno español, y tampoco fueron todos de virreinato y mucho menos de colonia; si con la misma asiduidad contamos con escrúpulo de actuario, encontraremos que no nos separan cien años del mal llamado “Grito de Dolores”, que según algunos ni fue “Grito” ni fue “de Dolores”.
De esa misma manera se pierden de los veneros de la historia el origen de ser obsequioso con la persona amada; aducen con audacia cronistas contemporáneos al frívolo anhelo comercial, pero tan sencilla no es la trama, concurre el debate y una lucha a muerte, a pesar de ser incruenta, de los pareceres, los de Eros que es placer y Casto que juicioso se comporta, entre Cupido amante y Valentín comprometido y de no pocas consecuencias este conflicto para tales personajes y para quienes padecen a los primeros y obvian a los segundos.
Si lográramos separar una pareja, uno de la otra, de jóvenes que se prodigan atenciones mutuamente... mucho se sorprenderán, ellos, al enterarse que la fiesta del noviazgo, o del amor y la amistad... ¡De origen no era tal, ni para cosa parecida! y abreviando, para ser atendido resumo: Tal celebración es endémica de la América Septentrional y no era para otra cosa si no para casarse.
Patricios, patriarcas, padres convenían en esta fecha esposanles, prometían la mano de su hija, o de su hijo, del primogénito o del tercero, aun cuando no hubieren nacido y aun cuando ambos progenitores aun no se hubieren casado. Por tanto era un agravio haber jurado el matrimonio de un hijo o hija y peor si tal estuviere escrito y peor si tal se hubiese notariado; hasta juicios y compensaciones se trataban si tal.
Para entender estas andanzas es necesario, ahora, recordar que la mayoría de los conquistadores eran personas simples, sin título ni aun infanzón. Podrían alcanzar hidalguía por méritos si se les reconocían durante la campaña y podrían dejar la juglaría y aun huir de la simpleza con un matrimonio ventajoso en linaje. Así no es azar que les llamaren “señores” a los emperadores del altiplano pues con ese trato, aun en el demérito más amplio se les reconocería el condado; que como se debe saber y si no se sabe, ahora sabrá, que cuando se es señor o principal de una región, como lo eran los emperadores precolombinos a lo menos se presume el condado. Con este reconocimiento se alegaría el linaje a la descendencia, así que casándose con alguna hija del emperador se podrían reclamar tales títulos y vendrían pues aparejados con el dominio de tierras, la responsabilidad hacia los súbditos y explotando el trabajo de estos para vivir de las rentas.
La más grande ambición si se tenía, era alcanzar a los descendientes de los señores de Tlaxcala (de la Cerda de Tizatlán, Mendoza de Tepectitac, Lara Maxixcatzin…), pues de los aliados eran los más reconocidos y para abundar recordemos que, por lo menos, cuatro escudos de armas se otorgaron a la rancia nobleza tlaxcalteca, y por este motivo todos estos descendientes trataban de chusma de rebeldes y amotinados a los próceres de la independencia, ya que ellos eran otra república, pero con cortes y nobleza.
Aunque cacique era un título prehispánico y que va que era americano, cuanto antillano, pero quedó en los protocolos; así se encontraba uno a los naturales, sobre todo los mexicas y los tlaxcaltecas; y no faltaron las indias cacicas a falta de aquellos pero luego, con los matrimonios, lo mismo se encontraba con tal tratamiento a un mestizo, cosa por demás esperada; también podía toparse uno con un zambo o “salta para tras” cacique; y luego a hasta un criollo o un peninsular, incluso; y lo mismo puede decirse de todos los títulos, menos el ser virrey o corregidor, que se procuraba siempre fuere de la madre patria, aunque hubo algunos americanos, criollos creo yo casi todos, en esos dizque trescientos años de dominio.
Un criollo con linaje, podría entoces aspirar a rentas en un buen casorio u otro alcanzar linaje teniendo rentas, y así lograr ventajas en cada enlace, por ello era favorito el casar anciano con jovencita y mozuelo con casi muerta, pues ello facilitaba ir migrado de posición o renta. Como ahora surgen murmuraciones con esos convenios, pero antes hora, tal no solo era bien visto, cuanto procurado y el santo al que se achaca méritos en el logro de la alianza no es otro que Valentín. Más que amor, el novo hispano quería matrimonio y si podía lícitamente conseguir varios, mejor sería. Callar las murmuraciones de muertes convenientes, otro asunto era; tal era tan común, como los casorios con gran disparidad de edades.
En tales entuertos resultaba que una cacica podía conocer hasta seis maridos; mejorando con mucho sus posesiones y rentas, a sacrificio de amor; pero las proles previas a veces estorbaban por las adquiridas y eran errantes los hijos de primeros, segundos y terceras nupcias; muchos acababan con tíos y abuelos que apenas si coincidían en apellidos y otras muchas acababan adoptado el apellido del abuelo, como tal hizo Miguel Hidalgo y Costilla, por reconocerles el legado que sus reales padres le hubieren negado.
En tales parentescos y andanzas, podría, sin llegarse a la endogamia, casarse con algún tío, primo y aun hermano, todos sin compartir una gota de sangre sino múltiples matrimonios, muertes y compadrazgos. Si algún santo pudiere mediante tal método resolverle la existencia a un creyente, tal era San Valentín.
Como se entenderá poco espacio se le daba a las ansias y al entusiasmo erótico, cupido andaba a salto de mata, pues si algo era reprobable era perder la doncellez en unos minutos y toda posibilidad de contar con mejoras para la hacienda de la familia. Muchas, como se explicó ya eran prometidas y esponsales antes de ser concebidas. El dios estaba entonces reducido, a las fantasías o a la poesía y si tal no era suficiente, algún espacio se abriera, pero siempre en el sigilo, el secreto y si faltara el recato o abundará la traición de revelar tal amorío además de la deshonra, hasta la vida se perdiera por un instante de ardor.
Ser un Valentín gran astucia supondría y podría significar mejorar rentas o linajes para un señor o una casa; para que el conde llegara a marqués o para que el marqués llegara a duque. En tanto que víctima de cupido era una audacia que procuraba muchos dolores de cabeza y que valdría al enamorado, perderla.
Alguna niña caprichosa podría exigir enamorarse primero, a lo que el progenitor podría aplicar una paliza de dimensiones adecuadas, pues se trataba de doblar la voluntad, que no magullar la mercancía y lo mismo se diría del primogénito o heredero. Los que se podrían enamorar eran los segundones, que dependían del la caridad el primogénito, así no nacer primer varón era como peste, peor que mujer; y que va de los mestizos, zambos y demás labriegos, que sólo podrían soñar con que de su apellido algún legado viniera, solo de la mano de una pandemia y hay quien dice que fueron entonces estos los que la revolución hicieron. ¿Será?
Tal es el origen de los obsequios entre valentines y si la república algo trajo, además de la tragedia del emperador, y de apoco que no de tajo, fue el cambio de ideas y de fórmulas para ser gran señor. Dejaron de rezarle a San Valentín para apelar a cupido, pues enamorando a las hijas de un patricio se hacía uno de su patrimonio, si se podía. Ya no había títulos nobiliarios pero las personas hablaban de apellidos, o de talleres o de tierras, haciendas o edificios.
Por esos días nos visitaron, belicamente, los sobrinos de Sam y así como se robaron plantas, chiles, bebidas y fiestas, patentándolas allá también las tradición esta de obsequiar a las amadas y queridas, a las prometidas y desposadas y en ese orden apareció la fiesta allá, con todo y santo.
La revolución acabo también con la heráldica de los apellidos y fieles a la méritocracia ahora valen los títulos académicos y si en los años posteriores a la guerra mundial valía ser bachiller; hoy, con la inversión térmica, para ser como doctor, al menos, hay que postular... Y cupido hace pasillos durante veinte años en las escuelas, pues cuando se apresuran los novios, justo en el corredor se quedan.
Las personas, pues, se refieren a ser valentines aun cuando a cupidos en realidad apelan, pero lo que en verdad aprecian es mantenerse como hijos de familia hasta que hormonas matan las pocas neuronas que quedan. Hoy día para casarse, basta estar enamorado y para lograr haciendas, aunque sea de seis años, hay que ser doctor... y no mudar mucho de prenda.
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