30 de agosto de 2010

Fábula pedida...


Estimado Jesús:

Recuerdo con claridad el compromiso de enviarte la fábula “El asno y la Corona” y no encontré una liga conveniente... así que para cumplir el compromiso escribo esta versión bicentenaria, no sin terror; pero a falta de mejor investigador, recurro a mi memoria y aunque se que lo fundamental no se pierde, la rima, la gracia y la elocuencia sí; sea pues está una forma de reducir la falta; la versión primera que yo conocí me fue concedida por un libro de Fábulas de La Fontaine... no dudo que Iriarte, Samaniego y Esopo cuenten con versiones lúcidas también....

Advierto que, aunque casi todas las fábulas tienen como personajes a los animales, recuérdense muchas otras que en las que participan los humanos, como “los amigos y la fortuna”, “la lechera” y “El hombre con dos esposas”... Así que si alguna falta hay en estos personajes, que no se achaque la bestialidad

El asno y la corona.
Versión de Ricardo Meade.

Eran aquellos los álbores de la nación nuestra y estaban confundidos próceres y traidores;reinaba el desamparo pues mientras unos pujaban por la república, otros la monarquía deseaban y muchos más el imperio propugnaban. Sea la ambición y la falta de cordura... sean las frivolidades y aun la ignorancia, ganó de momento un sólo monarca y por la extensión geográfica del país fue de emperador el tratamiento.

Así se hicieron las fiestas y hubo por toda la América Septentrional gran algarabía y contento; se extinguió la colonia, pues ya antes se había perdido el virreinato, y murió la Nueva España... nació el Imperio mexicano y muchos desfiles se hicieron, pero la augusta persona del guerrero se agotaba y el jamelgo sentía ya el exceso de trabajo.

Así que se quejo Don Agustín primero de tantas exposición algunos de sus secretarios.Los criados y aduladores que hacían su renta de estos eventosconvinieron en dejarlo descansar, pero no de ganar, y mandaron que la capa fuere a la tintorería, para limpiarle el camino y a las joyas de la corona devolverle el brillo. Un orfebre alemán era vecino en la muy augusta ciudad de México y fue elegido por los cortesanos para realizar la delicada tarea, pues no podría ser ningún indio por aplicado que fuere quien hiciese la tarea... se equivocaban al punto pues el alemán en cuestión artrítico era ya por la edad, así que para poder mantenerse explotaba las artes de unos tarascos y zapotecos que de maestros tenían fama.

Para llevar los símbolos de la augusta autoridad eligieron primero unas mulas y unos asnos, como hacen en Europa, pero el dueño era republicano y liberal , y hasta masón dicen... Así que se negó al punto y no hubo otra que pedir unos tamemes, y dicen que eran tezcocanos los que accedieron, otros mentan que eran mexicas, aunque la verdad esos ya eran raros por no decir que exitntos y me va que a lo mejor eran otomíes, quienes entonces eran casi legión.

Para hacer la marcha digna unos dragones del imperio perfectamente uniformados abrían la columna y luego mis tamemes como guerreros nuevos mexicanos en andas traían coronas, capas, pectorales y otras frivolidades del poder. El pueblo que tan afecto es para aclamar a sus gobernantes salió en tropel al oír las trompetas y la banda y las órdenes... y a la misma gente y a los vendedores ambulantes, que ya desde aquella época y desde antes solían hacer provecho de tales oportunidades.

Todos pasaban por la calle con solemnidad y aunque los gallardos militares algún suspiro lleno de anhelo atrapaban de las damas en edad de merecer, aclamaciones vivas y canciones arrancaban la efigie del emperador, que venía en un cuadro al óleo pintado por autor de fama, y la capa, la famosa espada y el pectoral, la corona era del todo especial y muchos caían en frenesí, otros de rodillas y muchos más vitoreaban a todo pulmón el nombre del país, del emperador y hasta el de su esposa, y no faltó el pelado que alguna porra lanzó para la güera Rodríguez...

Llegaron a destino y el buen germano obsequió a la comitiva con techo y comida, y como todo agasajo estaría en la factura para el emperador no se reparó en viandas y servicio, haciendo de mis tamemes objeto de mimos desconocidos en toda su vida, pues los que conocieron a su progenitora, no sabían de tanto aprecio.

Tanto fue el convite que los tamemes mutaron de humildes a orgullosos y exigían de los dragones tratamiento de señor, pues bien si no que todo sirviente los tenían apercibidos que estuvieran no solo sanos, cuanto contentos. ¡De fama soberbia se hicieron! en las pocas semanas que duró la tarea le escupían a sus hermanos de sangre, se hacían acompañar de mestizas y exigían obseguios y tratos. Como los vecinos sabían de su nueva influencia, mucha reverencia les hacían, pero no por si... era por ser cargadores de las joyas imperiales....

Una vez terminada la tarea partió la comitiva, que era tan abundante como un pueblo entero, de regreso a palacio y los tamemes caminaron aun con mayor gravedad que nunca antes y hasta agradecían las muestras de cariño que por el pueblo recibían y regresaban la flor, después de olerla con un beso a los pétalos y se las arrojaban a las más famosas damas de la sociedad, que la que menos, se horrorizó y no faltó la que agredeció el detalle...

Como toda obra de arte llega a su fin, y así el desfile y como ya no requirieron a los tamemes les quitaron uniformes y como no había manera de retirarles lo comido, con ello quedaron y de nuevo en las calles, aunque lavados, los que ellos despreciaron con escupitajos y malas palabras les cayeron a palos, y luego los comerciantes y hasta una niñita les tiró de los pelos... pues se subieron a un ladrillo, No soportaron el vértigo o vórtice de vanidad y luego de ahí les bajaron.

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