En la antigua ciudad mercenaria de Tlaltelolco tuvieron un afamado mercado; de tal suerte que la ciudad extinta es, pero el recuerdo del mercado llega a nuestros días y seguramente a un buen tramo de la posteridad, tal fue su importancia debido tanto a su extensión como por la variedad de sus productos. Fue una gran plaza donde se acomodaban los comerciantes según el género de sus productos. Semillas tanto de maíz como de cacao, cacahuete, chayotes, tomates y otros frutos correspondían a un corredor; de la misma manera la zona de herramientas y cuchillos, lanzas y coas fueran de obsidiana o piedra de río; el más desconcertante fue el de la carne pues armadillos, aves y humanos compartían el mismo corredor. En los mercados de la época precolombina contaban con una especie de comisario que era algo así como la Procuraduría del consumidor del tiempo y el ministerio de economía local ya que lo mismo ventilaba conflictos entre vendedores y consumidores como corría a los comerciantes que se ponían alrededor del mercado que evitaban de ese modo pagar tributo, impuestos o derechos.
Durante el virreinato y la colonia (esta última bien breve si se le compara con la otra) se instauraron los mercados del Parián, institución ésta que aun sobrevive en algunas urbes del país y fue común que se establecieran ahí no solo los clásicos mercaderes del orbe: chinos, libaneses y judíos, sino toda clase de traficantes que lograron que el Parián de la Ciudad de México tuviese una fama sórdida y sólo alegría brindó a las autoridades el día que se quemó. Las augustas oficinas del jefe de gobierno hoy están asentadas en ese predio (abandonando las que usaban, en las actuales calles de Bucareli y donde todavía es posible mirar los mosaicos alusivos al gobierno de la ciudad).
Es difícil hacer un árbol genealógico que relacione a Claudia Solórzano como heredera de las actividades mercantiles ya descritas hasta su periodo natural de vida, pero ciertamente fue un personaje de anécdotas vibrantes, vivas y coloridas. Le tocó vivir entre siglos, hija de una costurera y un cadete del conspicuo Colegio Militar, todavía en tiempos de Don Porfirio. El cadete no llegó a ser militar pues en una disputa en cierta cantina del barrio de Bondojito fue apuñalado de manera reiterada y severa. Aunque le llevaron al hospital, los servicios de la época eran malos pero muy demandados, por lo que el padre de Claudia anduvo peregrinando de una institución a otra, acabando en el hospital de la vecina Ciudad de Tacubaya y murió de una gangrena que no se puede precisar si la pescó en los malos trayectos o ahí donde debiera recuperar la salud.
Viuda y soltera, la madre de Claudia, que se llamó Epifania, se dedicó a poner botones ahí donde faltaren y a remendar camisas y blusas procurando que su aspecto no fuera tal. Para que los rotos pudieren conquistar señoritas de sociedad. No tuvo, Claudia, presentación al cumplir los quince años, como entonces se estilaba y a los diez y seis ya tenía que ver por sí y por Braulio, su primer hijo fruto de lo bien informada que estaba Epifania de los rotos y descosidos. Ya era madre y quedó huérfana no bien cumpliera los diez y siete. La muerte de Epifania es uno de los misterios de la época, pues la atacó alguna enfermedad no descrita en los autos funerarios.
Logró, Claudia gracias a su rotito, la concesión de un puesto donde se dispuso a vender ropa y era tanta su gracia con la aguja y su sentido de la moda que pronto alcanzó fama y mucha demanda por sus prendas. Con tal éxito que siempre estuvo tentada a aumentar el precio pero sabía de las estrecheces de su clientela, por lo que prefirió una estrategia fundada en el volumen. Reclutó algunas amigas y parientas para desarrollar el negocio en varios mercados a la vez. En estas incursiones conoció, o mejor dicho, empezó a tratar a su prima Santa Pérez, quien ni tenía la habilidad ni la curiosidad por la aguja o el tejido; a cambio se le daba bien el porte, las relaciones y era conocida por su gran corazón: dicha dichera y generosa como su talla tanto así que el corazón amplio que se le concedía sí le cabía en el pecho, decían sus protegidos.
Santa empezó a llevarle prendas a Claudia en perfectas condiciones, nuevas prácticamente, con hechuras de boutique francesa y telas de la mejor calidad. Por ellas pedía miserables fierros que brindaban a Claudia pingües ganancias, lo que no evitó que apreciara las técnicas y los cortes de cuidadosos artesanos europeos, por lo que la habilidad de Claudia aumentó.
Claudia no se chupaba el dedo, era astuta y taimada, por lo que comprendió que Santa robaba en las tiendas del centro de la capital y la confrontó; primero para que confesara su crimen y luego, para que compartiera su técnica.
Fue así que durante una buena época los acomodados y los que fingían serlo, se hicieron de ropas tan a la moda y de buena hechura que pasaban por gente de apellido y hacienda. De este hecho nació el comentario ácido de Santa que se convirtió en divisa : “Lástima de trapitos”, refiriéndose sin duda a la baja educación de quienes apostado por la indumentaria no evitaban los viejos hábitos. y para explicarle a su sobrino Braulio por qué sucedía esto, la simpática Santa tan sólo le decía: “El barrio brota”.
Claudia no se chupaba el dedo, era astuta y taimada, por lo que comprendió que Santa robaba en las tiendas del centro de la capital y la confrontó; primero para que confesara su crimen y luego, para que compartiera su técnica.
Fue así que durante una buena época los acomodados y los que fingían serlo, se hicieron de ropas tan a la moda y de buena hechura que pasaban por gente de apellido y hacienda. De este hecho nació el comentario ácido de Santa que se convirtió en divisa : “Lástima de trapitos”, refiriéndose sin duda a la baja educación de quienes apostado por la indumentaria no evitaban los viejos hábitos. y para explicarle a su sobrino Braulio por qué sucedía esto, la simpática Santa tan sólo le decía: “El barrio brota”.
Durante los aciagos tiempos de la revolución o de las revoluciones (pues la verdad sea dicha que ni la que inició Madero fue la que siguió Carranza; como la que empezó Villa fue la que terminó Obregón) Braulio fue, junto con sus primos, el sostén del negocio, pues asolaba los caminos; preferentemente atracaba los embarques de ropa, pero se diversificó pues también asaltaba embarques de vino, juguetes y hasta comida.
Aun así, recordando los buenos tiempos, las costureras solían vestir todo el tiempo las ropas holgadas y escarlatas que tanta buena ventura les brindaron en sus tiempos de falderas y solían regalar a los más pobres lo que se quedaba de inventarios. Fuera por ya no estar de moda o parecerles irreparables los daños.
Pocos años después, ya con el presidente Elías Calles, retornó la calma que les permitió dirigir sus negocios de manera adecuada y tradicional. Fue así que a la red de comerciantes informales (pues no pagaban licencias o derechos) se extendió sobre todo cuando inauguraron sus puestos en el afamado mercado de la Lagunilla y unos talleres en lo que ahora conocemos como la calle de Pino Suárez.
Pocos años después, ya con el presidente Elías Calles, retornó la calma que les permitió dirigir sus negocios de manera adecuada y tradicional. Fue así que a la red de comerciantes informales (pues no pagaban licencias o derechos) se extendió sobre todo cuando inauguraron sus puestos en el afamado mercado de la Lagunilla y unos talleres en lo que ahora conocemos como la calle de Pino Suárez.
Un día aciago y ruin, a pesar de que recién se había celebrado la Navidad, los pelones encarcelaron a Braulio, quien vestía tan bien como el conspicuo Chucho “El Roto” (quien de sobra está decir que su ajuar procedía de la Lagunilla). Durante los interrogatorios, que implicaban torturas, decía cuanta verdad podía, pero a los esbirros del juez les parecían falsedades:
-¿Dónde compraste tu saco?- le preguntaban mientras lo aporreaban o lo golpeaban
-¡Fue un obsequio!
-¿Quién te lo regaló?- otro porrazo mediante
-De mi tía y mi madre, ya sabe, las bienhechoras escarlata- así eran conocidas
-¿Cómo se llaman tú tía y tu madre?- otro golpe, ahora con una cachiporra
¡Santa y Claus!
Como se podrá comprender, el secretario de la audiencia escribió: Santaclaus, pues se aburría en estas diligencias y hacía su trabajo con desapego y negligencia.
¡Santa y Claus!
Como se podrá comprender, el secretario de la audiencia escribió: Santaclaus, pues se aburría en estas diligencias y hacía su trabajo con desapego y negligencia.
Estas son las razones por las cuales se hacen regalos en la víspera de Navidad y el por qué Santa Claus quedó en el imaginario popular mexicano y también es esta la explicación por la cual hay quien duda de la existencia de Santaclós: el escepticismo de la policía.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario