17 de octubre de 2007

Día de los muertos







Se había acostumbrado, quizá de sobra, a los ojos asombrados y los estertores de muerte; más allá de lo que se ve en las parodias que exhiben en los televisores la muerte es más asquerosa que poética. Sanguinaria y fétida, los esfínteres casi siempre ceden y los humores de adrenalina no son perfumes románticos del deceso. No hay muerte graciosa, ni aun cuando se cae al precipicio, y el terror circunda toda la experiencia de las personas más o menos sanas que se enfrentan a la puerta, para descubrir en propia experiencia si hay un más allá o nos conformamos con aquende, ya muy tarde.



La muerte danzaba por sus dedos, como una bailarina de clásicas poses que se dobla en arco hasta alcanzar con la planta la nuca, o como una patinadora en hielo cual giroscopio que nos arranca una sonrisa ante la alucinación que la velocidad del giro produce. Cualquiera cosa le venía bien a su mano diestra así fuere una pistola o un cuchillo; no podría hablar igual de la izquierda que tan sólo se avenía bien con una porra o un guante de acero. Pero ambas le funcionaban de maravilla, cual prestidigitador de gran cartel, para venenos, cuchillas y cualquier artilugio agudo, romo o contundente que pudiese hacer las veces de arma letal.



La suerte, existe, pero no había que contar con ella. Ciertamente un terremoto o con un huracán, hasta un vendaval o una pequeña revuelta facilitan los quehaceres pero no siempre están a mano tales circunstancias para ocultar un cuerpo o escabullirse de quienes insensatamente tratan de evitar el último momento.



El giro de su negocio hacía que sólo conociera a sus clientes de manera superficial y después de cinco años, le seguía llamando la atención como es que las personas se justificaban, aun las más viles y las que tenían mayores odios, por lo que trataba de mantener la mayor lejanía tanto de los patrocinadores, como de las víctimas. Por ello sabía que cualquier razón es buena para declararle la muerte a otro, también muchos querían recuperar lo irrecuperable olvidándose de pagar lo estipulado al terminar la diligencia, por lo que en ocasiones cobraba por adelantado.



Pensaba que a veces se pasaba de exclusivo pues no solía tener más de cuatro clientes al año, pero por otro lado el mínimo para realizar una tarea concienzuda y precisa no podía tardar menos, aun cuando los clientes supusieran conocer a la maravilla a sus cónyuges resultaba que contaban con datos equívocos, por lo que era necesario hacer mucha investigación aun para el caso más trivial.



Así como otros profesionales se habían apropiado de algún día para festejar sus cualidades, tales como los médicos o los carteros, los bomberos y aun los que no son profesionales como las mujeres y los niños, las madres y tal, le pareció divertido festejarse en fieles difuntos. Por una parte la expresión, si bien tergiversada del sentido religiosa, no podía ser menos que precisa “fieles difuntos”, era como una campaña publicitaria de su oficio. El festejo enfrentaba que si no, innumerables obstáculos pues un buen homicida por anónimo pasa a ser solitario y tales condiciones implican sólo suponer quien es un colega y aun asumiéndolo hacer un festejo contenía dos riesgos, invitar a quien no venía al caso o viniendo al caso descubrir que existen demasiados desequilibrados mentales que sacian sus oscuras almas en una actividad profesional.



Pero ello no lo arredró, antes le invitó para aprovechar que muchas personas festejan en la víspera de “Todos los Santos” a los espectros y los encantos para llevar a cabo un festejo lleno de máscaras. Imitando tal plan e imponiendo el tema: el victimario, no la víctima y con una sola cláusula de honor: Ese día no se trabaja.



El imaginario local se agotó muy pronto: “Goyo Cárdenas”, “las Poquianchis”, “El soldado mata putos” “El Viudo de Tlalpan”, “el multihomicida” “La mata viejitas”, “El poeta caníbal”.... Por lo que se recurrió a los famosos “Jack el destripador”, “El Estrangulador de Boston”. Se advirtió severamente no caer en lugares comunes de gestores fantasiosos. El lugar fue secreto, pero algunos asistentes afirman que fue en el “Callejón del Trancazo” y que pese a la vigilia propuesta, hubo quien trabajó.

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