
Por Ricardo Meade
Las señales eran inequívocas: los niños estaban armados con cornetas de cartón provistas por padres irresponsables o bisoños a quienes les pareció de buen talante un juguete que ahora atormentaba no solo a la familia sino a cualesquier transeúnte; los adolescentes aprovechando el disfraz revolucionario de un gran gorro y unos bigotes falsos adoptaban posturas grotescas como de militar o macho; Algún estrafalario vestía como mestizo decimonónico por la única virtud de portar un paliacate; partidas de pandillas armadas con huevos rellenos de harina hostigaban a cuantos pasaban y muchos cincuentones, calvos prematuros se sentían un Hidalgo al aferrarse a una melena infame, por no decir infausta... Aunque claro, esos no sólo los teniamos en septiembre, cuanto todo el año.
El mes patrio nos rodeaba y era tal el entusiasmo que el naciente periodo escolar nos tenía sin cuidado, tan solo la objeción de salir diariamente al abrigo de una lluvia pertinaz que hacía similares mañanas y tardes; el día transcurría en un largo cielo nublado mientras, suponiendo que conquistábamos corazones y arrojándonos a tareas insensatas, madurábamos, mutando en ropas de moda hasta encontrarnos a nosotros mismos.
No éramos especialmente bravucones a pesar de ser de la delegación de Iztapalapa, donde abundan las bandas y se le da calor a quien estorba; paseabamos por la colonia Portales que aun le quedaba la fama, como algunas casas porfirianas de la zona, de los rebeldes de la década del cincuenta que se hicieron llamar “los nazis”. No faltaba el hombre subido en una motocicleta de cuatro cilindros con botas federicas y casco de corte alemán espejuelos al modo de los cuarenta que aterrorizara aunque fuere por unos minutos a los vecinos, extrayendo comentarios de reprobación o admiración.
Circular entonces buscando un billar, una fiesta o la dirección de alguna compañera de pupitre famosa por generosa o hermosa, era una aventura que incluía evitar charcos, escatimar golosinas en aras a poder invitar un café y se pretendía llegar a puerto sin heridas, también evitar las provocaciones.
Andar de casanova en grupo era un afán que tenía su pronóstico de fracaso asegurado, aun así nos hacíamos valientes visitando los hogares de nuestras amigas esperando cautivarlas con una broma, arrancarles una sonrisa y con suerte robarles un beso, aunque tales cosas rara vez sucedían y cuando resultaban, daban pretexto para que las conversaciones se alargaran contando una y otra vez como es que “Daniel besó a Luz María”
Aquella partida en cuestión era particularmente vulnerable. Iba el ratón que tenía los ojos claros como escupitajos, el cabello rubio cortado a la príncipe valiente y su estatura proverbial que apenas alcanzaba para no tildarlo de enano. Gregorio que por cierta inteligencia se había ahorrando un año en la escuela elemental, razón por la cual era el benjamín del grupo y por cierto también tenía el cabello claro y los ojos claros, pero a diferencia del ratón, en él, lo verde no parecía escupitajo y su altura coincidía con su edad.
Daniel, quien no era mucho más alto era claramente fuerte e imponente. Hablaba siempre como si tuviera una lija en la garganta en un susurro que proveía palabras y un lindo carácter y yo cerraba la partida que por aquella época miraba a todos hacia abajo, había alcanzado mi máxima altura a fuerza de no producir musculatura alguna y lo más sobresaliente de mi anatomía eran las coyunturas y los gruesos lentes, así que parecía un quijote con tres sanchos si tal imagen sirve para indicar lo impresionante que era ese grupo, que más parecía que te mataría de risa que de golpes.
Fue quizá una de esas motocicletas de nazi la que mojó a Gregorio, presumo yo, o algún otro vehículo, pero en su camino tropezó con un charco alimentado por la interminable lluvia y manchó el único pantalón gris perla, los únicos zapatos negros y condenaba al portador de vestir de pana al día siguiente... La desgracia era mayúscula. Por aquellos días una batería se reciclaba varias veces, no por lo ecológico sino por ahorro; las ropas se heredaban, los relojes se empeñaban y las plumas se cuidaban; no había tal cosa como lo desechable; así que mancillar el efecto de una buena y cara tintorería era causa suficiente para un altercado y al enterarnos todos de semejante ofensa vituperamos al agresor. El único problema fue que Daniel asumía que fueron unos sujetos en un vehículo japonés, el ratón indujo que fueron un par que circulaban en una bicicleta, haciendo maniobras audaces, Gregorio que sabía que el agresor iba a pie, supuestamente de prisa y yo que supuse que habría sido el motociclista citado.
No avanzamos tres calles más por los predios de la portales, y ahora en la demarcación vecina; ya no en Iztapalapa, y las inmediaciones de la colonia Narvarte, donde vivían algunas de nuestras pretendidas novias y mientras escuchabamos los detalles de como eran de suaves los labios de Luz María cuando en el crucero que forman la Avenida Emiliano Zapata, con la diagonal más famosa de la zona; “División del Norte” y el Parque de los Venados que por aquella época era el centro de operaciones del personal doméstico de la colonia Narvarte y por tanto llamábamos “Parque de las Gatas”, donde una turba, compuesta por unos treinta elementos nos daba la bienvenida.
No era el incidente del charco lo que nos atraía esa amenaza formidable, como inicialmente supuso sino la pureza de Luz María pues las picardías de Daniel al parecer de vecinos y familiares había hecho algo más que besar a la musa de versos y pensamientos lascivos y quien años después dispusiera, como Dios manda, de marido y crianza; pero para entonces era una mujer digna de amor o de ser trofeo de conquista.
Con rapidez me hice de una arma, el cinto que usaba era de grueso cuero y una convincente hebilla de camionero, de acero pero con patina plateada como un rayo mantuvo en consternación a cuatro o cinco agresores. El ratón siempre portaba una varilla de media pulgada en el antebrazo, sujeta por la mano mediante un lazo que parecía una pulsera y oculta siempre en su manga. Daniel contaba con su fuerza, levantó en vilo a uno de nuestros antagonistas quien aterrorizado servia de escarmiento y de arma a la vez. Gregorio mantenía una postura similar a la de un guarda meta de fútbol, pero al acercarse dos a la vez, sin miramientos sacó unas monedas enrolladas con propiedad en un papel periodico quedaban al propósito para ser el alma de sus puños, ello hacía que los golpes fueran muy dolorosos.
El ataque, a diferencia de las meras amenazas, es convincente. Una decena de los agresores ya estaban en el suelo, sin saber que les había pegado otra decena corría en polvorosa y los demás no se atrevían a ofender o huir. Tras unos segundos de expectativa que fueron atacados a toda conciencia y antes de cinco minutos éramos dueños momentáneos de un parque y varias calles, situación que aprovechamos para marchar a casa.
A saber madres, hermanas y hermanos, algún tío que vive en casa, o la abuela se hicieron cargo de las heridas de casi todos, excepto de Daniel de quien nos enteramos mucho tiempo después que vivía en la orfandad, sin que nadie se percatara, ni aun sus vecinos; así que pagaba la escuela mientras trabajaba haciendo mandados y otras diligencias y como nos visitaba a horas convenientes siempre encontraba algo de sopa en nuestras estrechas economías, se hacía de viejas playeras y usados pantalones, arguyendo que estaban muy bonitos y creo que instaló la moda de traer vaqueros rotos, parchados y pintados con tintes naturales.
Años después nos reencontramos en un café. Daniel ahora era diputado, Gregorio empresario, El ratón director de ventas de una empresa financiera y yo poeta, por no decir que vivo de la letra impresa, vendiendo enciclopedias al por mayor. En ese “ponernos al día y hacer remembranzas” y salió a relucir la verdad desnuda, cruel y despiadada. Verdad que rompía con nuestros vínculos más sagrados y manchó nuestra amistad a toda prueba.... Ahí, alrededor de unas tazas de café y algunas bebidas embriagantes, Daniel, en tono grave, confesó:
- ¡Jamás besé a Luz María!
1 comentario:
El cambio de la historia, amigos, es responsabilidad absolutamente nuestra, es responsabilidad de los
millones de mexicanos que somos, sí, pero especialmente quienes han sido marcados por un
privilegio o por una especialidad.
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