17 de septiembre de 2025

Fumando Espero

 

Fumando, espero

por Ricardo Meade


La atestada sala de espera era un mosaico de la sociedad mexicana; no solo de la ciudad capital, había personas de todas las entidades, en todas las condiciones, de todos los estratos; Unos gemían de dolor pues los analgésicos apenas hacían efecto; las piernas rotas o esguinzadas de los audaces motociclistas; parturientas y niños con molestias o males; mujeres y hombres combatiendo enfermedades que reclaman esfuerzos heróicos y, sin embargo, su victoria no cambiaría en nada la historia. La lucha empieza por conseguir información: ahí se agolpaban los que buscaban un ultrasonido, rayos equis o cosas más sofisticadas, resonancias magnéticas, tomografías; apenas tres filas de bancas diseñadas por un inquisidor español del siglo XV o un interrogador de Guantánamo del siglo XXI. Aun así era preferible estar sentado.

Silvia condujo la silla de ruedas de su suegro junto a la fila, a modo que no estorbara el paso de camillas y otros pacientes; tenía el ojo afinado pues conducía desde los dieciséis años; estacionó a su suegro y se sentó; al lado estaba un paciente, en overol llamativo y con una cobija entre sus manos; Silvia lo miró como lo hace un niño de cinco cuando ve a un adulto distinto en su entorno; Fernando se sintió observado y desde hacía poco esas miradas le molestaban; se sentía un esperpento, así que dirigió una mirada de rechazo, osca;  la cargó con todo el desprecio y odio que su alma tenía hasta que topó con la de Silvia inquisitiva, sorprendida, incrédula.
En un instante que duró nada para los que pudieren estarlos viendo, una neblina arrastró a Silvia al pasado; en el templete “La Encuerada de Avandaro” y todos a coro cantando “Marihuana, marihuana…” otros gritando “¡Tenemos el poder, tenemos el poder”; Las bocinas tronaban con ese “Rock Chicano” cuando las distorsiones se lo permitían; aspiraban la nube de marihuana, se pasaban el peyote y los hongos; unos bailaban, otros dormían; allí estaba la mirada de Fernando con toda esa carga emocional, pero no mirándola a ella sino al policía que quería arrebatarle la cámara.
- ¡Soy periodista, soy periodista!
- ¡Eres traficante!- le respondió el policía
La neblina se disipó levemente y Silvia preguntó, ahí en el hospital:
-¿Fernando?- entonces el arrastrado al pasado fue el aludido
Había llegado a Avándaro, desde la Escandón hasta cuatro caminos en su moto carabela y luego de ahí en camión, se subió en uno de redilas, luego a pie; en el acceso enseñó su cámara, por toda credencial, lo dejaron pasar, bueno, ya para esas alturas dejaban pasar a todos.
Sacó fotos a toda la gente; todavía no empezaba la música y ya había quien estuviera bailando; “amor paz”, decían unos “Peace and love” decían otros y no faltaba el que, muerto de la risa, advertía “no peace and caca”. Jorongos y bikinis, pantalones de mezclilla acampanados, sombreros charros, camisetas de Jim Morrison, gorros de paja inmortalizados en el film. Fotos de los que fumaban, de los que comían; acercamiento extremo a una aguja por allá; robarle un beso a una adicta, otros en el rollo de “haz el amor, no la guerra”. Ni en la Merced había tanto desmadre; ni en la Merced se había él dedicado a tal desorden;  el mayor de toda su vida, hasta entonces.
Y bueno, ese día se estrenó de “dealer”: Un chamán con morral, jorongo, sobrero y huarache; hediondo, manoseando a diestra y siniestra; vendiendo sueños seductores que extraía del morral: Mariguana, peyotes, hongos, agujas con ácido. Hipólito, el traficante, el facineroso, ahora veía la suya; hasta aguardiente vendía y no paraba de abusar. Fernando le sacó fotos y el aludido le mostró un rollo que le serviría para comprar mil rollos y siguió tomando fotos de los soñadores y vendiendo ensoñación. Luego de todo aquello del policía que le quería robar la cámara y la mirada de sorpresa, de indignación e incredulidad de Silvia. Bueno si no es por Silvia se queda sin cámara y sin cobrar.
- ¿Se vale fumar en tu vocho popis?-
-¡Sí se puede!- rió ella y ahí iban penosamente de regreso después de la aventura de Avándaro- pero no es “un vocho popis”, es un Karman Ghuía mil quinientos convertible; ¡Okey, okey, okey! tiene motor y rines de vocho…
- faros de vocho
- sí, sí… pero es una rara belleza
- Pues me salvaste la vida, gracias Silvia
- Y no debiera, estás del otro lado de la ecuación, si publicas esas fotos vas a perjudicar a muchas personas que tenían la intención de pasarla bien, un rato, tranquilos
- ¡Y lo que me faltaba es que me salvara una burguesa norteña! ¿de Monterrey?
- De Chihuahua y ¿tú? ¿De la selva?
- ¡De la calle Progreso, en la Escandon!
Y el humo lejano de los Delicados y los Bensons se disipó, era humo del pasado. En la sala de espera estaba Silvia con su suegro
- Silvia, ¿Qué haces aquí?- Fernando aun pensando en el pasado.
- Soy “la familiar” o “la que sigue” Van a mirar cuanta humanidad le queda a mi suegro ¿y tú?

- Pues sí, algo así… ¡Como tú en Puebla!- Ella asintió.
La neblina le trajo otra música: “¡Tú eres mi hermano, realmente el amigo!...” La multitud era otra, también un crisol, allá bailaban como mexicas, acá cantaban, otros rezaban, otros gritaban porras: “¡Juan Pablo Segundo, te quiere todo el mundo!”
El Karmann Ghia en el acotamiento de la autopista; ni tan lejos regresar, ni tan cerca de llegar…
- ¿Tu vocho pirruris ya no jala? - el motociclista en su Kawasaki Z1 tenia la misma cantidad cilindros que el auto, pero con radiador
- Estos motores son superresistentes- contestó Silvia sin levantar la mirada, hasta que algo en la voz le hizo sacar esos incrédulos, inquisitivos, sorprendidos ojos
- ¿El lado equivocado de la ecuación?- preguntó Silvia
- Le vine a sacar fotos al burócrata de Dios- contestó Fernando, sabiendo que esa respuesta molestaría a Silvia.
Se acordaban de Avándaro, de la larga conversación ideológica; él montado en el pragmatismo; Al final- decía él-  “no estoy haciendo nada malo”; Ella sosteniendo el otro extremo: “hay que hacer el bien, no basta quedarse a medias” y volvieron hablar de los bandidos del Papa, y de los bandidos sin papa.
- ¡Gracias! - se despidió cuando se logró bajar después de pelearse con su vestido de corte recto, quitarse el casco que le dejó horrible el cabello y cuando sospechó que ya no la escucharía pensó en gritar. “Gracias y espero no volverte a encontrar en mi vida”,
- ¿Y cómo recuperaste tu vehículo? - Fernando hizo una pausa antes de “tu vehículo” al fin y al cabo el “vocho popis” ya no era para estos días la leyenda que fue, las personas ven tantos autos de tantas características que solo algún avezado se pone a mirar las cosas viejas.
- ¡Ah! todo un relajo y, ya sabes: era cualquier cosa y en unos minutos lo pusieron en marcha
Ese comentario los pudo otra vez en otro encuentro, ahora sí quedaron callados sin mirarse. Fue en la noche, la ciudad había sufrido una total destrucción, los equipos de rescate, algunas estaciones de radio dando información de alarma; “Los niños del milagro”,” las costureras”, “los topos”, “los perros suecos”… Silvia andaba en su Karmann Ghia distribuyendo tortas a los voluntarios. Fernando estaba hecho una facha, se había metido a sacar fotos y acabó buscando de todo en los escombros: Una revista, un oso de peluche, un perro, una niña, una silla de ruedas, una cobija... recordó una foto de un niño libanes que solo se le veían los ojos de tanto polvo de escombros, así sentía él y con rabia contra el gobierno, contra las instituciones… había visto a todos dedicados a la rapiña; parecía que algunos choferes de ambulancias y algunos bomberos se habían abstenido de robar, pero quién sabe; les sacó fotos a todos, pero el editor solo quería historias lindas.
Así que las viejas miradas tropezaron otra vez, ahora ella le daba una torta hecha por las monjas Vicentinas.
- ¡Mira nada más a quién me vine a encontrar!

-¡Fernando, la equis de la ecuación!
- Ya veo “Tu vehículo” ¡vaya que ha durado!
-¿Quieres una torta? ¿Estás de voluntario?
-Vine a sacar fotos y no sabes la cantidad de cosas que he tenido que ayudar a sacar.
-La verdad sí me imagino
De los propios escombros salió Hipólito, el Chamán, ahora mucho más vetusto; inspiraba temor o cautela; Pese a la traza, Fernando lo reconoció y lo saludo a la usanza, se dice que ese saludo era pasar una dosis, sabrá Dios y ellos;
-¡Ayúdame hermano!- me faltan tres y me duele la espalda. Igual tu novia, se ve fuerte
-Ella tampoco puede cargar, ¿Están atorados?
-Están en la cajuela y tu novia tiene que ayudar, vengan…
Fernando no volvió a ver a Silvia, con la esperanza de que se fuera, pero ella los siguió, pensó que era una actividad de salvamento. En la cajuela había tres cuerpos semidesfigurados, tan apretados y ajustados que no se entendía de quien era la pierna esa o el brazo aquel.
-¡A ver, órale, sáquenlos!- los señalo con la punta de una automática (la tartamuda, le decía él)- mientras, presta “la pentax”.
Fernando obedeció mientras Silvia seguía en el estupor
-¡No entiendo qué está pasando!
-Verá “noviecita del Fer”, estas personas iban para una fosa, pero ya no me puedo arriesgar, así que se quedan en este hoyo… ya les dí su tratamiento para que parezcan víctimas del sismo
-¡Qué horror!
Por toda respuesta Hipólito tomaba fotos y apuntaba con la pistola hasta que dejaron los cadáveres a su satisfacción
- ¡Perfecto! y recuerda Fer, “deudas de honor…”
Silvia se bañó mil veces y tuvo otras tantas pesadillas, tenía tiempo que no salían esos recuerdos, el silencio de Fernando parecía que ubicaba a Silvia en esa grotesca escena… Siempre deseó que la última vez que lo viera, fuera la última, pero ahí estaban, esperando una fotografía por dentro…
-¿Fumas?
Caminaron a la plaza de Santa María Tepepan, una mirada de reconocimiento a los cigarrillos, ya eran unos Marlboro rojos, los que le mostraba el acompañante de Fernando… Tenía años sin fumar; El acompañante le puso el cigarrillo en la boca y aproximó el fuego para que lo encendiera. Fernando asintió con la cabeza, de manera automática intentó llevar una mano al cigarrillo, pero subió ambas y un destello deslumbró a Silvia, ahí estaban los cuatro, dos fumando y dos convidados de piedra mirando a la rana de Cuevas y a la fachada del Fray Bernardino...  Está de locos, pensó Silvia, exhalando el humo del tabaco, está de locos
- y bueno, dijo Silvia para aligerar el ambiente, que era denso como la concentración de rayos ultravioleta y el ceodos acumulado- ¿Qué piensas de José Luis Cuevas?
- Siempre he pensado que pinta horrible.
El tiempo para Fernando se acabó antes que terminara el cigarrillo; su compañero lo miró y él asintió;  la conversación tenía rato que había terminado, empezó a andar sin despedirse; después de dar dos pasos Fernando se volvió:
- ¿“El Vehículo”…?
- Todavía lo tengo…


“…Los canoeros también

Los que bajaron del tren

Por carretera que

Nadie muera que

Todos lleguen con bien


El fandango aquí

El fandango aquí

Una de las causas es que está

El fandango aquí…”


El fandango aquí (fragmento), Marcial Alejandro, 1985; canción ganadora del Festival OTI, Septiembre 1985


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