El suplicio que padecemos los habitantes de la Ciudad de México fascinados por la fortuna bien se parece al suplicio descrito por Dante para los perezosos y los iracundos y es tal la similitud que a la entrada de cualquier sucursal bancaria se topa uno con recomendaciones para la "corta buffa" , ese elusivo momento que está entre el ansia de riqueza y la angustia por la pobreza.
En la entrada una persona con más o menos modales elige el suplicio según sus pecados: Cobro de divisas extranjeras, depósitos a otras cuentas, pago de tarjeta de crédito, reembolsos, cobro de pensión, pagos a terceros (desde impuestos hasta revistas)... De esta suerte unos tendrán que esperar en ciertas ventanillas y otros en otras, mirando pasar números fuera de secuencia o en códigos inescrutables.
Mi desprecio por la fortuna y otras banalidades me llevan a ser inmune a los innumerables contratiempos de cualquier burocracia: social, gubernamental o privada, tiene tiempo que no me sacan de quicio. Esta privilegiada situación me convierte en observador de la situación humana... lloran y se lamentan los humanos por tanta tontería y sin razón, que lejos de empatizar me causan risa.
Que si no traen el efectivo (jajajaja), que les faltó una firma (jajajaja), que el pasaporte tiene que estar vigente (esa es de campeonato, jajaja), que la cuenta no es mancomunada (¿dónde estaban cuando abrieron la cuenta, en Babia?, jajaja) , el número de captura está vencido (¿cuántos días se esperaron para que venciera, jajaja) que solo tienen billetes de mil (¡Cómprate una torta de chorizo con eso, jajaja), que el tipo de cambio es menos ventajoso y solo se deposita a cuentahabientes (¿Seguro que ya habías cambiado dólares? jajaja), que se cobra comisión para poder pagar, para poder cobrar y para poder salir (¡Bebé: traías el dinero justo y ahora no completas, jajaja).
No falta la que siendo bonita se molesta de que la vean o de que no la vean, la surianita que carga hasta con el gato, el que pretende abandonar a su madre en la sala de espera o quién asegura que tal perro andrajoso, pulguiento y escandaloso es suyo y además... "no muerde".
En un momento dado reina la confusión y todos los parroquianos tardan en atender su turno por lo que el cancerbero que asignó suplicios se pone a vociferar: ¡Turno hache ciento treinta y tres!, ¡Efe doscientos catorce!, ¡E cero cero dos!... quienes pueden entonces salir de la modorra de estar esperando durante varios minutos.
Alguno espantado pregunta a su prójimo: "¿Usted llegó el día de hoy o está esperando desde cuándo?"... todas estas circunstancias aunado a las indumentarias y los enojos y desasosiegos me mantienen divertido. La mayoría de todos estos infortunios suceden porque las personas no leen ni las etiquetas del veneno que piensan consumir, mucho menos las carteleras, carteles, propaganda y pantallas que recomiendan todos y cada uno de los requisitos que tienen que cumplirse en cada banco (no siempre son iguales los requisitos, por más que haya tanto banco con logotipo rojo, así que cuando llega mi turno me siento como cuando sale uno de una sala cinematográfica o de una sala de teatro donde el espectáculo ha quedado con final abierto.
- ¡Bienvenido a esta sucursal bancaria de famoso y conspicuo banco!, ¿En qué puedo servirle?- me pregunta una joven cajera enfundada en discreto uniforme, alcanzo a ver que se llama Giovanna...
- ¡Muchas gracias! quiero hacer un depósito a uno de sus cuentahabientes con cheque de otro banco-le paso mi turno (un papelito marcado con el código efe setecientos sesenta y siete) acompañado del cheque debidamente marcado al dorso con el nombre del beneficiario y su número de cuenta...- ¿Qué tal el plan para el fin de semana, otra vez tiene ganas de visitar París?- siempre bromeo a las personas que atienden en la caja, pues la mayoría de los parroquianos apenas si les saludan, en cambio yo hasta dulces les obsequio; abrumados por tanta consideración se desviven en atenciones para conmigo.
- Enseguida le hago el depósito... mmm... los números de cuenta de este banco nunca empiezan con cero... Usted quizá pretendía ir al banco... ¡Es el que está enfrente!.
- ¡Feliz fin de semana!
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