Ciudad de México, enero seis de dos mil dieciséis.
Queridos Melchor, Gaspar y Baltazar:
Les saludo con el entusiasmo infantil que aún me arrebata todos los años, es para mi un gusto tener noticias de ustedes que santos son sin ser bautizados, que son santos durante tres generaciones y que el gran mérito fue aceptar la ciencia de su tiempo para amar a Dios.
En estos días las personas estamos más comunicadas y con mucha facilidad nos enteramos de los grandes descubrimientos que logran los seres humanos en todos los campos de la ciencia. Seguimos investigando la casa, o la nave, por la que transitamos en el cosmos y al mismo universo, maravillandonos generación tras generación de todo lo ignoto, develando más sabemos que desconocemos aun mucho más.
También es posible enterarse de todo lo que hacen los famosos, las celebridades, los artistas, los líderes sociales y los políticos; en muchas ocasiones son dignos de admirar la dedicación, perspicacia y atino de tantos. Es cierto que también nos enteramos de la situación de muchos otros que padecen sed, hambre, persecución y muerte horrenda, dolorosa por mirar este universo con otros ojos y existen personas que parecen pueden ser crueles con toda cosa, hasta con las piedras.
Aun así, los niños que parecieren más dignos de estar tristes encuentran ocasión para jugar con un cacharro, con un pedazo de madera o aun con los cabellos de su progenitora, me da la impresión de que aunque sea con sarcasmo encontramos la manera de sonreír aunque sea de vez en cuando.
Como muchos otros, llamados acomodados, no deja de admirarme la bonanza de unos cuantos que nos invitan a envidiar sus comodidades, lujos y excesos como una forma de alegría o felicidad y tal pareciere que debiésemos pedir para todos tan afortunadas circunstancias.
Este año, en mi caso, pedir más sería ingrato. Tengo suficiente salud para deambular por las calles montado en mi bicicleta, no ha faltado pan en mi mesa y hasta ocasión para algún exceso; he podido celebrar fechas con mis amigos y familiares y hasta encuentro algún afecto en las personas con las que hago transacciones diario, a la semana y al mes.
Aun así me animo a pedirles, ya con algún atraso, que mis familiares, amigos y conocidos sean gratos, que mis compatriotas se dediquen a ser productivos y honestos, que mis hermanos de continente miren con beneplácito a los inmigrantes, que no abusen del necesitado, que los humanos todos prefieran la paz a la guerra y la generosidad a la codicia.
En esta fecha, donde algunos corazones se despiertan con ánimo pío y generoso y obsequian pan, juguetes y aun vino, sea un aliento para todos, para ser mejores. El milagro se renueva año con año, aunque no todos lo ven.
Agradecido:
Ricardo Meade
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