El desfile.
En algún punto de Avenida Revolución está la droguería que lo mismo vende un tubo de ensaye que una uña de gato. Tanto menjurje para cuanta dolencia de piel, pie, tracto digestivo o la necesidad gástrica o la de tener los zapatos brillantes, las llantas de auto llamativas o las pestañas gruesas. Los legos en química y alquimia ahí estamos perdidos.
En mi caso estaba salvado por un minúsculo papel, de media pulgada por una, en escritura Palmer que usa mi madre aun con maguillo y tintero, me dio un instructivo completo para orientar mi compra (dirección, ruta, precio, tasa impositiva, productos.... Yo se que es una lista de tres ítems, pero cada uno tiene un peso específico y características especiales, que sin mucho evocar le trae a uno a cuentas la tabla periódica de los elementos.
Van minúsculas señoras con edad ilegible, algo entre los noventa y los doscientos años; jóvenes atractivas que no llegan a los dos dígitos de edad o al decoro para vestir; maestros de talleres mecánicos, aun con grasa en las manos; artísticos, hediendo a óleos o alarifes con todo y cuchara.Hay estudiantes de nivel medio superior que deterioraron el equipo de la escuela. Hay de todo, no en balde es botica.
Primera pista
El estacionamiento es breve como los matrimonios, por lo que la audiencia está atenta a los llamados de un uniformado como policía. El vehículo que les posee estorba a otro por lo que el dueño es solicitado para dejar espacio no bien diga: sedán blanco, cupé rojo, camioneta azul, casi auto verde, un parroquiano molesto, presuroso sale a cumplir su cometido.
La indumentaria que en mi barrio se aprecia estrafalaria aquí es ordinaria en la fauna de transeúntes. No es novedad una camiseta de tres puestas (la estrenó mi abuelo, la portó mi padre y la visto yo) o unos zapatos de novedad adquiridos en enero, en León Guanajuato; que va del sombrero que lo encuentra uno fácil en cualquier pueblo del Estado de México o unos lentes obscuros comprados en una ferretería... todos aquí vestimos similar.
Llegó, por citar, una dulce criatura de apenas un metro cincuenta de altura, parecía que pesaba casi cuarenta quilos cuando sofocada por la multitud que abarrotaba la sala de espera, empezó a despojarse de ropa, primero fue una bata de laboratorio con logotipos de farmacéutica empresa, quizá ahí trabaja; luego un suéter tejido en casa con toda gracia, quizá por su abuela; luego una blusa que parecía de seda, quizá de China; descubrió una camiseta de manga corta, quizá gringa y por debajo de esta asomaban las mangas largas de otra más... llegue a la conclusión de que la chica en cuestión no existía, era un tompiate con ropa.
Segunda pista
Si uno es perspicaz tomará turno apenas llega, de una lista de cien números que se reitera. Así que si le toca a uno el doble cero, será el cien; mala cosa si están atendiendo al diez o peor, citan el cuarenta... y uno trae el treinta y siete. No es raro que uno socialice con el vecino sea que esté uno de pie o ambos sentados lo mismo da hablar del marido que del gobierno. Las conversaciones son del todo extrañas, una jovencita le da clases a una persona de edad o viceversa... todos ahí son dermatólogos o químicos o algo.Ahí el que nada sabe, todo aprende. A excepción de los niños que por jugar, correr y caer para luego berrear... llenan de diversión el pequeño recinto apenas ventilado.
Los dependientes gritan números, saltan los clientes presurosos, no vaya ser pierdan la ocasión. Así que están prestos aun después de tres horas de espera, no sea que les quiten el lugar. No hay espacios para los diputados dormilones
No falta el anciano equipado con audífonos que pregunta "¿qué número dijo?", "¿diez y siete?". "No señor dijeron treinta y dos, ¿qué número trae?. "Traigo el noventa y cinco, pero quería saber qué número dijeron". Sucedió con esa rareza de los palindromas que tres ancianos seguían consecutivos en número, tanto tardaron en llegar a la barra de atención que se saltaron a los tres, en un dramático asalto lograron hacer su pedido, no sin lágrimas.
Tercera Pista
Sobresaliendo en la muchedumbre tres rubicundos de piel blanca que si no fueren tan zotacos te hubiere creído que eran suecos. Vestían entre africano, autóctono y de tianguis; con sobrero de fieltro, uno casi sin ala; de paja y con pluma, el otro; un morral que no era sino un bien acomodado rebozo; el otro uno que si me dijeses que era de Chiapas te hubiese dado toda la razón. Les acompañaba una chica, vestida de niña en breve vestido morado con encajes y su actitud toda era como ingenua, pero era la única que entendía el lugar... tan exclusos a nuestra habla y formas aun allí llamaban la atención.
La sala obsequiaba agua, en pequeños vasos de papel, que aguantan dos sorbos antes de deshacerse pero los estrafalarios llenaron jarras, bidones y hasta una jícara. En un momento la chica cantó "hola..." así que pensamos que iba a pedir dinero por un espectáculo improvisado, pero en realidad quería saber la hora. Todo lo preguntaban y todo lo resolvía ella "hay que tomar un papelito de esos", "hay que esperar que digan el número", "tenemos el número cuarenta", "hay que recoger la mercancía allá", "hay que pagar con el otro papelito que te dieron" ...
Así que llamaron su número se acercaron los tres y no se cansaban de pedir fragancias: agua de rosas, esencia de lavanda, aceite de kaba, concha nácar y todos otros productos de artes que reclamaban no poca ciencia, condición que yo, al menos, no les concedía. Mirando sus trazas y su lista me pensé que no les bastaría lo que juntaran de cantar en la calle.
- ¡Papa Noél!- se llamaba el impertinente - ¡Papa Noél!- Para el que no le bastaba el emérito, tenemos a su santidad Francisco y ahora nos acompañaba un Papa Noél.
Le dijeron la cifra que era de cuatro dígitos, cual es mi estupefacción más grande que el referido paga con una tarjeta de crédito que no se la dan ni al líder sindical de los maestros...¡vaya con estos!.
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