La panadería

Dedicado a Sielene Pallares, Cinthi Lima.

Las progenitoras que van con los infantes a la panadería suelen permitir que los que son caprichosos pidan no uno, sino varios bizcochos, también exigen que una jaletina o un flan; un merengue o una golosina; no importa que el hambre no los acometa igual mandan, piden, exigen y en ese trayecto lloriquean, gimotean y hasta gran berrinche desatan con tal de ser satisfechos. Luego se mira en el suelo un pan mordido, despreciado por otro afán.

Mucha atención me llaman entonces los que meticulosos compran unos cuantos bolillos, toman fila y pagan; están haciendo el mandado y saben que no les alcanza para otra cosa que pan blanco; no lloran, no exigen, y el pan todo se lo devoran. ¿Qué pensarán de estos otros caprichosos, azotados por la tristeza?, apenas los miran con cierta curiosidad, pero no mucho, pues tienen tarea.
Mientras unos son del todo irresponsables, otros ya saben lo arduo de la vida; no se que será de unos y otros pues son todos arcanos los caminos que toman las personas; pero no dejo de ilusionarme que los que saben sumar y restar, sacrificar antojos y que saben ver por los demás tengan alguna ventaja por aquellos que con lágrima fingida, cual deportista del fútbol, consiguen todo.

Y es que si una pila de naranjas cae, los niños de clase media, difícilmente se inclinarán a levantar nada si no es para robar, en tanto que el hijo del frutero diligente levantará el producto, revisando el golpeado que es merma o limpiando el que apenas sucio está.

El trabajo ennoblece al hombre, pero para el infante parece infamante; no voy con aquellos que piensan que los rapaces son explotables, pero dedicarlos a la molicie no los prepara hacia los quehaceres. ¿cómo es que un joven de veinte años no sabe tender la cama? o aquella atractiva veinteañera no sabe lavar un plato. No entienden de barrer una acera o el cambiar un foco; si no saben tales menudas tareas, ¿como esperar que sean diligentes?