16 de agosto de 2012

La Rurmorosa

 

Danzón dedicado a “La Sisterela”

En todo momento se le veía murmurar, casi inaudible, se descubría este hábito; compulsión que se detenía cuando, amable, respondía a un saludo; todas las conversaciones eran contestadas, pero apenas comenzaba una tarea movía sus labios, sin que hubiera persona allegada o perspicaz que descubriera el motivo.

Educada con los alcances de una familia acomodada logró no pocos premios académicos y fueron tantos sus méritos que su carrera personal era ejemplo para todos en su familia, logró pues buenas rentas de tantos y laureados proyectos que pudo dedicarse solo su hogar, que tenía el aspecto de una página de revista de decoración. Querida y admirada y sin dejar por ello de inquietar esa tendencia irreprimible a murmurar.

Así se convirtió en un gesto particular que nadie atinaba a conocer su origen y al que vecinos, amigos y parientes se fue acostumbrando, perpetuo silbido que descubría su presencia, así barriera, así lavara; cuando caminaba con el hato de ropa recién lavada, cuando planchaba.

Sus pequeñas sobrinas preguntaban a su madre: “¿por qué murmura la tía?” y cuchicheaban también lanzando hipótesis de lo más desusado: “reza plegarias, manda maldiciones, habla consigo, padece un embrujo, ¡Está loca!”. Cada mañana que iba por el pan, erguida y mirando a su alrededor, los vecinos le saludaban si alguno era acompañado por quien no le conociere, era inmediatamente cuestionado: “¿qué dice, qué murmura?”. 

Perfeccionista hasta el fastidio, no había acomodo que no fuere corregido, barrido que no fuese nuevamente realizado; si alguna persona tendía una cama, descubría que luego ella la tendía de nuevo; si miraba ropa recién lavada, sacaba las prendas que seguían a su parecer sucias.

Así que muchos afanes por auxiliarla eran vanos pues nuevamente repetía las tareas que de buena voluntad otros ejecutaban, era entonces larga la jornada, llegaba exhausta, casi exánime a la cama para levantarse al alba y, apenas se levantaba, empezaba sus murmuraciones.

“Conozco una compulsiva a la par de la tía, le pediré que le ayude de favor, a ver si así tiene menos rigor sus tareas” comentó un sobrino y todos aprobaron con gusto la iniciativa. Poco demandó la amistad de aquel, pues a ésta, aquejada por un mal parecido, le era una especie de fiesta el dejar todo limpio. Sucedió que al ser presentadas quedaron encantadas una con la otra, con empatía inmediata.

Pronto la tía dejó de repetir tareas, iba inspeccionando y quedaba encantada y para alcanzar la limpieza inmaculada se turnaban tareas e inspecciones. Murmuraba, por cierto, menos pero lo seguía haciendo. Aquellas sobrinas que iban de visita buscaban el momento de la inspección y con pretexto de ofrecerle muestras de cariño con besos y abrazos se acercaban lo más, pero eran contadas ya las ocasiones que murmurara.

Una de ellas alcanzó a escuchar el murmullo, semanas tenía de no emitirlo, logró descifrar las palabras. Al momento sus ojos crecieron a lo más, las pupilas se expandieron, un “¡uy!”  sonoro salió de sus labios. La tía le miró extrañada, pero no parecía totalmente consciente de sus palabras. Los parientes se fueron enterando que la sobrina sabía. Le abordaban insistentemente, “¿qué dice la tía, qué dice?”, ella se resistía, aunque no cambió su actitud para con su tía, solo  exclamaba, como respuesta…”es que… ¡Es horrible lo que dice!.

El acoso pertinaz, implacable, sucesivo acabó con las fuerzas de la sobrina que confesó agotada lo que la tía decía en su afán perfeccionista:

-¡Pinches Monjas!

3 comentarios:

TGE dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
TGE dijo...

Excelente!!!
jajajajajaja

Anónimo dijo...

¡Órales! De allí su perfeccionismo.