Mucho tiempo pasó que dejé el pueblo para hacerme de dólares. Tardé en regresar y no gané ni uno, puros pesos rentado de mil oficios sin ser oficial de nada, pues acabé por no cruzar frontera. Entre odios y temores me fui acostumbrando al español y a olvidar el poco inglés y si tal es derrota, pues me anoté una, aunque hice algún dinero y con ello pensaba poner una tienda de algo que hiciera falta en el pueblo.
Muchas vueltas daba yo, por la plaza y las calles principales, y me daba cuenta que muchos y novedosos comercios había y me pensaba, rascándome la cabeza y tomando notas y fotos. ¿qué, qué? ya había café internet y ¿qué cómo qué no? y ya había unas lavadora de monedas-¿Qué quihubo cuándo? y unos cuartos amueblados. No alcancé una banca a la sombra para sentarme a pensar y como resollara a falta de descanso me dirigí a la parroquia, que siempre estaba abierta, y estaba la imagen de la guadalupana, que nunca me abandona, y pensando que ella me ilustrara abordé la nave con paso resuelto.
La nave estaba bien iluminada por tres grandes cúpulas con sendas linternas, para el día y grandes candiles para la noche, así que no importaba la hora del día siempre se podía ver, leer y contemplar. Mucha curiosidad me despertó un parroquiano con unos veinticuatro libros negros, de gran formato. Estaba arrodillado, pero a cierto momento se veía reflexivo y luego consultaba algún volumen por algunos instantes…
En lo que estuve ahí, mirándolo unos pocos minutos, había hecho un par de consultas. Una de ellas le llevó a la desesperación, más cambió uno de los primeros libros por uno de los últimos y encontró seguramente respuesta, pues estuvo orando varios minutos para luego hacer otra consulta. En este tercer movimiento descubrí a mi primo, por lo que me acerqué con sigilo propio de los lugares de oración.
-¡Primo!- susurré
Volteó el aludido, tomándole algunos segundos reconocerme, al fin pasó su rostro de tímida ignorancia a jubilosa sapiencia:
- ¡Primo!- por abrazarme algunos libros cayeron al suelo y se volvió con cierta prontitud a levantarlos- ¿cómo estás?, ¿cuándo llegaste?, ¿cuándo te vas?
- ¡Estoy muy bien primo!- me sentí incómodo entre tanto libro y haciendo ruido y algunas damas contemplativas hacían pequeños movimientos manifestando su inconformidad- ¿por qué no salimos?
Evaristo miró los libros a su al rededor y luego a mi con cierta súplica, me hice de casi seis libros y entre ambos acarreamos toda la enciclopedia Espasa y en la entrada de la cantina varios meseros se acomidieron para alojarnos a los veintiséis.
-¿qué haces en la parroquia con tanto libro?- le pregunté sin rodeos, dejando las dudas sobre la familia para más tarde
- Ilustrando mi fe- me dijo con mucha convicción
-¿y a qué viene eso de ilustrar la fe?
-Pues me di cuenta, Eulogio, que en el pedir está el dar y que la patroncita hace caso a mis ruegos, pero luego me doy cuenta que oro mal
-¿oras mal?
- pues sí, oro mal- se quedó pensando, mirando la enciclopedia y casi creo que la iba a consultar- ¡pido mal!…- se corrigió- ¡incorrectamente hago peticiones!
-¡órale canijo!, no te entendí nada- le dije
-Pues lo que tú si me entiendes, veo que la Virgen no y yo hablando como hablo me entienden solo los que son como tú, pero hablándole a ella – convenientemente hay una imagen de la virgen también en la cantina- hay que ser propios, probos y templados- me dijo
-¿y como llegaste a tal …- busque en mi limitado repertorio hasta que saltó una palabrota-…convicción?
-Pues tú sabes que soy hombre de fe. Antes de casarme le pedí a la virgen luces para saber si Adela era mujer para mi…
-y fue- interrumpí
- Fue. Luego para saber que cuantas precauciones tomar para procrear también fui a la parroquia
- y las tomaste
- pues no más a Adela. Luego con tanta criatura yo me di cuenta que necesitaba mejores ingresos para tanta prole y ahí me di cuenta que necesitaba ilustrar mi fe
-¡ay, primo!, con tanta explicación que me da y todavía nada me dice para que me entere porque pretende ilustrar su fe
- Pues resulta que yo le pedía a la virgen que nos hiciere millonarios, pero no lo pedía bien, oré mal- me dijo
-oró mal- le dije
- Sí, así es; y entonces no nos hacíamos millonarios, sino millones- me dijo
- Se hizo millones- le dije
- Sí, nos hicimos millones en lugar de millonarios
-¿quiénes se hicieron millones?
- Y todos, hasta tú
-¿cómo qué: hasta yo?
- recién llegas y ya sumas
-¿cómo sabes primito?
-pues te estoy viendo
-Si soy bien portado
- ¡ah!, que ya estando aquí eres parte de los millones
-¡ah!, me paso añadir y no tanto que sume
-¿qué pasó primito?, el caso es que como yo oraba, oraba mal y en lugar de ser millonarios mi mujer, mis hijos y yo, somos millones los ignorantes en el país
-y eso es porque tú oras mal- le dije
- yo oraba mal- me dijo
- ¡ah!, ¡órale!- le dije, ya malhumorado, tanto rato pidiendo razones y no encontraba una
-¿ya me entendió?
- Eres el muy asno, ¡pues claro que no!
- ya hasta parece que sí me entendiste
-No, no entiendo como es que pidiendo que seas millonario, ahora somos millones de ignorantes
- Mira el recorte de periódico que aquí traigo
- Son millones de ignorantes los que hay en México, fracaso del sistema educativo- leí
- Precisamente. El problema es que todos somos creyentes de nuestra señora y se ha obrado un perverso milagro, somos millones los ignorantes por que todos los mexicanos lo andamos pidiendo
- Todos los mexicanos andamos pidiendo ser ignorantes- mire a mi primo como se mira a la prima que jura que fue su primera vez y ya está embarazada, o sea: no le creí
-vamos a echar una mirada a la iglesia, para que me acabe de explicar… ¡Renegro!- llamó al mesero que era más pálido y rubio que una ucraniana platino, pero con el equívoco apelativo de Rene- ¡cuídame los tragos y los libros que dan las seis y quiero que mi primo vea la hora de oración!- un ademán bastó para salir seguros de que nadie manosearía los libros ni bebería de nuestros vasos.
Desandamos para alcanzar la parroquia y mientras el cura acomodaba libros de oraciones, las personas se arrodillaban y con mucha devoción murmuraban, rezaban, pasaban cuentas… Evaristo se puso a escuchar las murmuraciones de los creyentes, y cuando encontró uno con buena dicción me pidió que me acercara… y ya oyéndolo, seguí perplejo.
-¿Cómo ves primo?´- me dijo ya en el atrio
-Sigo a ciegas, Evaristo
-¿Qué oíste que decía el orador?
-Pues pedía dinero- le dije
-¿Cómo así?
- y no… decía: “has nos hartos millonarios, señora, has nos…”
- Ahí tienes, somos millones de jumentos y ni uno con dinero
- ¡Ah!… – le dije- y peor les va a quien pide riqueza
- Todos los que piden eso, también por eso somos hartos y pues... así le va yendo al país
- pues bien, veo que nos tenemos que regresar por la enciclopedia
- ¿Ilustramos la fe, primito?
- ¡La ilustramos!
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