9 de diciembre de 2009

Guadalupe





Guadalupe
Por Ricardo Meade
2.12.03

Tu das nombre a las cosas que las hace inauditas y sin embargo queridas y familiares como una voz que desde hace tiempo callaba”
Cesare Pavese

Asistí a ver una película y la niña que nos atendió me pareció simplemente una persona extremadamente flaca, anoréxica, si se quiere, con los ojos saltones y un tanto desgarbada pues traía la camiseta del uniforme un tanto desaliñada y mal fajada, además su sonrisa ortopédica era un dechado de ingeniería, pero afeaba su rostro. Entonces reparé en que se llamaba Guadalupe, pues así rezaba su identificador. Pronto noté que lo que otrora era escuálido ahora era una esbeltez casi alabastrina, musa para el Greco… sus ojos eran grandes, brillantes y soñadores… vestía con desenfado, es cierto, pero se movía con gracia felina y el trazo de sus labios era tan bello que componía los frenillos, que además le daban un toque dulce y gentil.
Esa transformación no sólo la daba el nombre, pero el nombre lo sugería. En parte porque soy claramente guadalupano, aunque mi catolicismo se haga un tanto difuso, es que casi todo lo que tiene que ver con la efigie de la morena de Latinoamérica, convierte lo que está a su alrededor en amigable. Es bien claro que la zona de Lindavista en la capital de la República Mexicana, alguna vez gozó de gracia, buena arquitectura e incluso llegó a tener boato. Hoy día, sin embargo está plagada la zona de hangares que han convertido en salones de fiesta, malos changarros que venden feas fritangas, centros comerciales plagados de transeúntes aburridos que no alcanzan a encontrar una plaza donde pasear, a no ser claro, el cerro del Tepeyac, donde ya se imaginarán: Todo es bonito. Si no fuera porque ahí quiso tener su marco la imagen de la morenaza… todo sería sórdido.
En cierto sentido lo que está alrededor de Guadalupe es bello porque es mío, mía es la Virgen y mía su historia y avatares, si la expresión se me permite. Pues lo querido es como nuestro y por tanto hermoso. Así la expendedora de boletos era ajena, hasta que supe que era Guadalupe y entonces se convirtió, al tiempo en posesión mía y hermosura divina.
Como son cosas familiares, son mis territorios no sólo la calle donde vivo y el camino que allí me conduce, también soy dueño de las veredas que me llevan al mercado y a mi oficina… los transportes que uso tienen mis apellidos, un tanto menos que mi mascota y acaso ésta un poco menos que mi familia. Por conquista son míos los haberes y sus convites de mis amistades y sin darme casi cuenta, tomé para mí: anécdotas,  aventuras y  desventuras… Sus afectos y amoríos son parte de mi poesía y es tan corto mi decoro que me he posesionado de los personajes que han corrido entre mis manos aprisionados por las pastas de papel.
Como la mayoría de las posesiones hay algunas con más celo guardadas y es sin duda especial la de Guadalupe, quien se ha abierto paso a los corazones de muchos a pesar de que no falte quien dude de su existencia, de su milagro o su presencia… por encanto aquellos que comparten mis afectos vienen a convertirse, también en cosa propia y defendible.
Ya miro a los filósofos rezongar sobre lo propio o impropio de mis reflexiones, que bien dicho sean son más de entraña que de sabiduría, pero me vienen guangos tales críticas pues de entrada no son posesiones mías. Lo que si me apura es que en tanto dominio, con cierta frecuencia, veo que no se comparte el mismo sentido de propiedad que tengo con las cosas que amo. Como niños malcriados que destruyen el juguete de la celebración de la epifanía, pronto aquello que se deslizaba ha sido desprovisto de ruedas y he visto muchas muñecas con habilidades especiales.
Este mes que empieza con el santo de la Virgen mía, la de Guadalupe, los invito a que tomen posesión de las cosas que aman, como propias defiéndalas, cuídenlas y procúrenlas. En este sentido también conviene tener espíritu imperialista y tomar vía afecto posesión de más personas territorios y símbolos.

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