Los misterios son incubados por la ignorancia. Lo que en un principio era una historia completa, es censurada por la mojigatería; luego esos tópicos, evadidos; más tarde, olvidados y luego se inventan sucesos para llenar los vacíos. Así muchos misterios se mantienen a lo largo de la historia dejando en las costumbres o en las leyendas acontecimientos aparentemente absurdos, haciendo prácticamente imposible dilucidar de la leyenda, lo real de lo mítico.
En tiempos posteriores al virreinato, en la naciente república, ocurrieron sinnúmero de situaciones tristes, terribles y espantosas; justo cada víspera de todos los santos. Era una época llena de violencia donde los golpes de estado, las asonadas, las rebeliones y los abusos violentos estaban al orden del día. Haciendo temer al justo, padecer al penitente y zozobrar al remiso. En esta época las personas se refugiaban en los relatos y las historias...
No es que las personas fueren especialmente supersticiosas o demasiado creyentes o místicas, que lo eran; Tampoco era que los nigromantes se pasearan en las calles haciendo hechicería, que lo hacían; No era razón que los gitanos, algunos rumanos, otros húngaros, españoles y naturales incluso, leyeran el futuro en la baraja o en unos huesos, o mirarán hacia el futuro en esferas de cristal, que lo hacían y mucho.
No eran, tampoco, sugestionables. Claro, estaba el caso de las huérfanas al cuidado de las monjas benedictinas que cayeron en éxtasis pensando que la imagen de la virgen les advertía de los acontecimientos fatales que ocurrirían pocos días después, a mediados de otoño, y que mágicamente perdieran la nubilidad. Y dicen que no sólo las huérfanas en edad de merecer fueron presas de esas fuerzas, sino algunas religiosas también.
El principal, el arzobispo, fue a platicar con cada una y se convenció de que efectivamente habrían sucumbido a algún tipo de fuerza. Pero que las historias de magia y encantamiento eran simples fantasías adolescentes. El sensato príncipe de la iglesia pensó que las religiosas mucho caso hacían de los magos y hechiceros; a esas instancias cambió a todas las residentes; pues, en su opinión, las hermanas solían ser persistentes para que erradicaran los pensamientos impuros las jovencitas; eran tan tenaces que pudieren obsesionar a las niñas con efectos diametralmente opuestos a los de sus intenciones, logrando todo ese embarazoso asunto.
Las matronas de la época reportaron alumbramientos de seres estrafalarios; muchos de ellos, según ellas, sin esperanza de vida y que nacían como el mismo demonio: todos enrojecidos, arrugados, plagados de mucosidades y sangre. A pesar de las súplicas de las parturientas eran llevados a los orfanatos y algunos a la inquisición. Aunque hubo frailes que adujeron que esas crianzas eran normales y que todos los niños nacían de esa manera, nada pudo detener la convicción de la sociedad. Cualquier mujer preñada se afligía y las embarazadas deambulaban por las calles apesadumbradas por el destino de sus hijos, iban llorosas y las abuelas también solían acompañarlas.
- ¡Ay mi hijo!- decía la parturienta
- ¡Ay, mis hijos!- se lamentaba la abuela
Y lo que antes era bendición se volvía maldición. Los hacendados no aguantando tanta tristeza las excusaban de estar en la casa, sobre todo en las noches y entonces andaban por las calles desoladas y por los callejones para que nadie las identificara, envueltas en rebozos cual tamal; aunque luego las miraban vestidas igual en misa, y con los ojos enrojecidos, y no faltaba la chiquilla que las señalaban...
- Mira mamá: Una llorona
- La llorona del callejón...
- ¡La llorona, la llorona!- y la pobre tenía que salirse del templo, aunque hubiere oficio.
Las indias y los indios decían que esas lloronas eran falsas, que trataban de esconder sus faltas y pecados con argumentos de que tal cosa fuere magia. La verdadera llorona era otra y habría quien jurará que al final de la calle, donde estaba el viejo panteón, la víspera de todos los santos, salía la llorona clamando por sus hijos y decían que no era otra la Coatlicue quien perdiera a todos sus hijos, pues era la madre de todos los dioses, o que era la Tonatzin. Todo esto sucedía con mayor frecuencia en la víspera de todos los santos que por algún efecto fantástico. las indias tenían prole endemoniada y que debiendo ser de su misma casta las otomíes parían tarasco o las mixtecas, tlaxcalteca; no faltaba quien alumbrara cambujos, zambos, salta patrás, criollos o ¡blancos peninsulares!, incluso.
Ya tenía mucho tiempo que las leyendas de los indígenas se habrían considerado cosa de mera superstición. Aunque escondido en algunas imágenes o en algún recatado punto de alguna columna de conspicuos templos, el observador ingenioso podría descubrir alusiones para algún antiguo dios precolombino. Algunos decían que eran vestigios de algún intento de los primeros años pero a más de trescientos ya las gentes de cada tribu eran todas cristianas y entre mestizos e indios ya no se estilaban las idolatrías; Aunque no faltara el americano que jurara, en algún jolgorio o en alguna tertulia que sabía por buena fuente, o aun por experiencia propia que todavía se practicaban rituales entre los naturales y algunos mestizos. Y estas prácticas eran la causa de tanto niño endemoniado que de una casta de padres, salía otra muy distinta de prole.
Otros decían que eran las madres de los mestizos no reconocidos por sus padres, que acaso tenían los apellidos de los grandes señores, peninsulares o americanos, pero todos tenidos por bastardos sin legado o dependientes del buen o mal corazón de sus medios hermanos. Y que los hijos de los conquistadores que eran mestizos y que al principio del virreinato reclamaban por sus feudos y les dieron palos, salieron a corretear indios y peninsulares y criollos; espada en mano que vengando por sus bienes y antes de hacer eso habían hecho pacto con algún dios indígena o con el mismo diablo y por ello la descendencia equívoca; otros dicen que aprendieron la nigromancia, la quiromancia, la alquimia, y la contaduría y que por tales artes se transfiguraban justo en los claustros de las parroquias. Que, como eran, mestizos; medio criollos y medio naturales podían convertirse en nahuales y en las noches su rabia se hacía tremenda y se comían a los hijos de la llorona. Eran los hombres perro, los hombre coyotes, los hombres lobo, los hombre recaudadores de impuestos. Y algunas mujeres juraban que sus hijos salían de colores distintos pues habían soñado con los coyotes, los lobos, los perros... los nahuales... Y todo eso contaban también los nigromantes y los gitanos; los hechiceros indígenas y los que curaban con hierbas y flores; los que curaban con encantamientos. Todos temían a los que recaudaban las contribuciones.
Ya nadie o casi nadie se dejaba impresionar por aquellas habladurías que corrían entre las personas que se dedicaban al servicio de las grandes familias, nadie creía ni se dejaba impresionar por la historia de Xalohuitzin quien fuere hijo de un gran cacique, un principal de Texcoco decían unos y otros que de Tenango; unos que del Valle y otros que del Lago; También decían que era un otomí de Zupango, lo que otrora era lago y hoy pantano. Tal era la morada del dicho Xalohuitzin. Y que salía del sepulcro con sus máscara sagrada, de jade y oro.
Su familia se convirtió aun después que los tarascos a la verdadera religión pero como eran de linaje de tlatuani, sus padres y sus abuelos, secretamente, les enseñaban las antiguas normas de las religión y se hacían punciones con agujas de maguey en los lóbulos de las orejas, en los labios y en la partes nobles. Como hacían los guerreros mexicas y tocaban a las puertas de las haciendas, vestidos de muerte y guerra. Llevaban máscaras de calaveras y garzas; sombreros extravagantes como los que usaban los holandeses y llevaban escobas y pedían comida, frutillas y cualquier limosna por barrer o hacer algún arreglo. Pero como iban con ese atuendo y causaban gran impresión, además con sus bailes, ya no tenían ni que barrer, así que las casas se les regalaban.
Hubo quien jurará mirar algunos montados en las escobas de popotillo elevarse en las alturas, como si volaran y hacían cabriolas como cuando montaban un caballo muy ganoso o en celo, gritando de manera que daba horror, tanto como sus máscaras y sus cantos y como llevaban canastos se los llenaban de bastimentos para evitar el horror de verles así vestidos. Les daban de comer que el mole, que los dulces de calabaza y durante horas sonaba el teponaztle y la chirimia; y bailaban hasta desfallecer en páramos ocultos para que los americanos y los peninsulares, aun los mestizos, para que no se percataran de sus rituales. Pero les oían y nada más al escuchar la música todas las mujeres se preparaban, pues era la noche de Xalohuitzin quien era el gran señor, por eso tenía la máscara sagrada de oro y jade, que heredara de sus ancestros.
Muchas mujeres decían haber visto al señor Xalohuitzin y daban diversas versiones de su estatura y modos. Unas decían que la máscara era de un murciélago y otras decían que era una calavera; unas decían que era una serpiente y otras que era un jaguar; Unas decían que parecía de cartón piedra y otras que era de tela, como una mariposa y eran tantas las versiones que nadie sabía con certeza como era la máscara del gran señor. Todas coincidían, sin embargo en que el cacique era mozo, fuerte y que a las peninsulares les recordaba a Sansón o a Hércules, Marte quizás y a las naturales a Ixbalanqué o a Tonatiuh y las mestizas que les recordaba Don Luis o a Don Juan; y que sus facciones aun siendo de indígena eran de Adonis, o que siendo de mestizo eran de Aquiles o que siendo de peninsular eran de Ixcoatl... y que sus palabras de miel y sus caricias las llenaban de desazón. Y decían que el Xalohuitzin de cristiano se llamaba Sancho González y que le decían también el gato. Que por sus ojos decían...
Y que muchas mujeres de hacendados que habían cohabitado con Xalohuitzin, unas de cierto y otras en sueño. Fueron a buscar una ayuda a los nigromantes y con gitanos. Y es así que sucedió que los niños nacían endemoniados, café con leche cuando eran hijos de español y española. Salían mestizos cuando debieran salir criollos. Y la fama de Xalohuitxin se hizo grande y a penas una hacendada miraba la máscara de oro y jade y las chirimías y los bailes, sucumbía y regalaba todo lo que tenía en el almacén y a sí misma; y luego resultaba que si estaba embarazada era con niño maldito, seguro...
Quiso la fortuna, la misericordia de Dios o la fatalidad que un criollo de nombre Tiago del Valle un día, víspera de todos los santos, oyera la música mientras atendía la huerta con sus caporales y otros señores; oyendo todo el estruendo pensó y temió por sus lebreles, que eran perros obedientes; por la mascota de su hija que también era un perro muy gracioso; temió por su hija que pudiera espantarse; pensó en todo el grano y toda la carne salada que tenía y en los muchos bastimentos de su hacienda y que Xalohuitzin le dejara pobre. Pero conociendo a su esposa estaba seguro que sería otra llorona.
Así que armados apenas con azadones, varas y otras herramientas del campo salió el contingente de caporales, mestizos casi todos y algunos naturales y varios criollos y un par de españoles para hacerles frente ahí donde oían la música. Tiago arriesgaba salvar algo de hacienda, pero porfiaba ser padre de algún hijo endemoniado. Siguiendo la pista, que por cierto no fue ni someramente desvanecida se encontraron con el gran cacique quien les ofreció reparo y deseos de negociar así que parlamentaron. Se enteraron que no era tan sólo uno el llamado Xalohuitzin, sino legión y que no eran sólo naturales sino que la horda era de todas y cada una de las castas. Y que no solo podían retirarse sino unirse y así acordaron traer la máscara todos y hacer aquelarre. Ofrecer baile a cambio de comida y placeres; Nadie sabría ante quien sucumbía pues ya la máscara era mágica tan bien hechora que era tenida por sagrada por los beneficios de ella salían y también acordaron a fin de que hubiere siempre algo en los almacenes que fuera la gran tertulia después del verano y así casi siempre en octubre y mejor en víspera de santos todos los mozos se ponían la máscara y todos salían a consolar a las que serían luego lloronas, y a regocijarla así ya hubieren sido lloronas, siempre ofreciendo el baile o la magia o algún arte a cambio. Y si no, robaban el almacén y se llevaban a la llorona.
- Treta, truco, atraco- decían bailando al son de las flautas y de las chirimías y de los teponaztlis y luego los mestizos metieron que guitarras, y criollos las arpas, el indio llevó un tololoche y se vestían con la mascara de oro y jade y con ropa de trabajo, pero con costuras de plata.
Tiago del Valle, por esas correrías hizo fortuna, todas las vísperas de todos los santos. Desaparecía desde muy temprano de su casa. Y que su esposa siempre estuvo segura que su marido no era otro que Xalohuitzin y que era el mismo Tiago el que se presentaba en sus aposentos esos días y muchas otras castellanas, mestizas, criollas y naturales decían que su marido era Xalohuitzin y que se convertía en lobo, en coyote y en perro la víspera de todos los santos y que llegaba rejuvenecido, sabiendo otras cosas y todas recibían al que sabían o decían que era su marido.
Lo cierto es que el 31 de octubre se celebran esos dichos eventos y es fecha maldita y trece al revés. Y ese es el día de Xalohuitzin; como el nombre los españoles no lo pueden pronunciar bien, como muchos otros nombres de las lenguas de los naturales de antes; le mentan al día "Jalogüin*" y de ahí cuando los gringos invadieron el país se llevaron la tradición, como el coctel margarita, las nochebuenas (poinssetas) y la salsa tabasco; y se llevaron la fiesta por verla no solo buena sino hasta divertida pero allá, como no entienden bien el español le cambiaron el nombre y le dicen halloween.
*Después de escribir toda la historia descubrí que es probable que el nombre Xalohuatzin sino Xolotzin error quizá debido a que este es un caudillo chichimeca, pues se trata del señor de los mostruos o de los perros; por tanto la versión criolla debe referirse a Xologüin o Xalogüin, Zalogüin o halouin, grafías aparentemente más aceptadas
No hay comentarios.:
Publicar un comentario