Por Ricardo Meade
Enero, 2007
- yo ese día- dijo mientras sonreía con cierta amargura- te hubiera dicho que te amaba- hizo una pausa por reclamo del sorbo de la limonada que bebía, abrió los ojos desmesurados- no te hubiera ofrecido matrimonio, no tenía los recursos- dejó por fin el vaso en la mesa, mientras los largos cabellos negros sin mayor afeite que ese también resbalaban un poco por la mesa- te hubiera dicho que te amaba y no se si eso te hubiera detenido, si ese Roberto ese día no te lleva y tú lo complaces y no se…¡ muchas cosas!, no estarías casada ahora, no tendrías dos hijos, no vivieras donde vives… ¡Yo te hubiera dicho que te amaba!
- no hubiera pasado nada- dijo ella con una ligera humedad en sus ojos y que Gregorio creyó que era un destello lascivo, cuando en realidad sintió tristeza- no te hubiera creído, pues a muchas les dijiste que las amabas…
- que las quería- corrigió el otro
- es lo mismo
- no es lo mismo
- sí es lo mismo, porque muchos no dicen que aman a alguien, nada más dicen que quieren cuando en realidad no es así
- yo no, yo cuando digo que amo, ya es otra cosa
- a mi no me dijiste que me amabas
- pero te iba a decir el día que te fuiste con Roberto
- pero me habías dicho que me querías
Gregorio tosió, justo estaba dándole otro sorbo a la limonada, mientras su rostro ganaba el color grana y los ojos se le inyectaban, el vaso resbaló a su regazo y lo dejó empapado, como si no hubiera podido contenerse lo suficiente para llegar al baño, por tratar de limpiarse al tiempo que seguía tosiendo cayó de la silla, pero además se trajo el cenicero que rebosaba de cenizas y sobres de azúcar que Adriana añadía casi a cualquier bebida, las cenizas cayeron aquí y allá, pero las que se colaron al rostro de Gregorio lo dejaron todo cenizo, debido a que se cubría la boca mientras tosía.
Todo pasó muy rápido, apenas se incorporaba Adriana y los parroquianos de las otras mesas empezaban a tomar nota, cuando la sombra de Roberto dio con Gregorio, miró a Adriana a modo de saludo, y miró en derredor suyo, para ver si alguna silla estaba libre, mientras miraba el desastre de Gregorio.
- ¿Te caíste?- preguntó por ser amable, pero lo único que logró fue la molestia
- En realidad es mi ritual para saludar a viejos compañeros de la escuela
- Es un ritual muy complicado
- Sí. Debo modificarlo por algo más sencillo- dijo mientras se trataba de incorporar a la silla, pero los meseros y afanadores ya prorrumpían para arreglar el desastre, por lo que se quedó de pie, con una servilleta a modo de telón
- tienes cenizas en la cara- le dijo Adriana-¿Por qué no vas al baño a asearte?
- regreso
- sí que está cambiado
- que le va muy bien
- dicen…
- ¿Tú crees que le quiera entrar al negocio?
- dice que el día que nos fuimos tú y yo al hotel el iba a confesarme que me amaba
- ¿Ah, sí?
- dice
- ¿Todavía tendrás influencia sobre él?
- no lo se, supongo que sí; ¿Para qué contarme todo eso?
- para que sintieras envidia, pues le va muy bien
- no llegó hasta allá, tan sólo a que quizá no me hubiera casado, que no tendría hijos… eso dijo
- voy a ayudarle, se me hace que no los dejé suficiente tiempo a solas
-¿Y hasta dónde vas a querer que llegue?- dijo ella con mucho enfado
- sólo lo necesario- le tomó la mano ligeramente y se encaminó a los sanitarios
- ¡Bastardo!- murmuró, pero Roberto se sintió a suficiente distancia como para fingir que no la había escuchado.
En cuanto llegó al baño, al no encontrar a Gregorio en los lavamanos ni en los orinales, levantó la voz:
-¡Goyo!, ¡Goyo!- con cierta sonoridad
Repitió la fórmula, mientras el aludido se hacía de su auto, y se montaba al volante, con la entrepierna húmeda, la boca tiznada y los ojos llorosos.
2 comentarios:
me encantó!
¿Y el rompope?
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