Por Ricardo Meade
Febrero, 2007.
Aquella mañana mi mujer me había cortado el cabello y después de dejarme unas fotos de la competencia de mis hijos en Cuemánco, me riñó muy severamente para que fuere a comer a buena hora. Yo le dije que tenía muchos cortes ese día, pues soy el dueño de una estética, pero que si llegaba hasta la tarde lo haría sin olvidar comer algo. Se fue gruñendo después de despedirse cariñosamente de mí.
Como anticipé no pude ir a comer, entre otras cosas una clienta fue arreglarse el cabello, Natalia, la que por alguna consigna siempre se asegura de que los cabellos acaben en la basura, es de esas personas llenas de obsesiones e ideas fundadas, ordenadas y limpias; no me cae mal pero me llama la atención. Al poco de irse Natalia una persona, con un acento muy peculiar me ofreció dinero por cabellos, esos que estaban en el piso.
¿qué valor tendría aquella maraña de cabellos rubios?, si fuera poeta hubiera dicho que era todo un soleado recuerdo de un alma; un médico forense acaso alcanzara a mirar la clave de un homicidio, una clave tal que diera con el homicida con la identidad de anónima víctima; por ser rubios alguna lasciva fantasía hubiera descendido de la afiebrada mente de un adolescente; pero para mi, era basura; un manojo de pelos que a diario se acumulan en el basurero de la estética.
La oferta, sin embargo, me sobresaltó. Era muy llamativo que aquella pequeña persona, ligeramente redondeada pero sin llegar a una robustez de gordura, menuda pero no enana y si bien sus facciones parecían de vieja, no se miraba anciana. ¿por qué ofrecía dinero por tan baladí mercancía?
Aunque no llego muy lejos en estudios etnográficos juraría que no era oriunda, pues tenía ese acento, como si fuere rusa, que no lo era, o de uno de esos países y a pesar de ello no me resultaba una fisonomía extranjera. Yo había visto esas faldas amplias y obscuras en alguna revista, esa mantilla que ocultaba los entrecanos cabellos… en alguna parte esas hebillas exageradas y esas múltiples pulseras….
La anciana no contestaba, repetía aquella frase, acentuando las erres y tuteándome pero por carecer de la suficiente gramática, ya que se refería a mí como señor o don. Yo insistí: “¿para qué lo quiere, para mi es basura?”
- zi ez bazurra parra ti, ¿porr qué no me lo regalass señorr?
- Porque no se para que lo quiere
Ella decía que para “cosas”, se movía de manera extraña y miraba furtivamente a su alrededor, dio con la foto de mi esposa y mis hijos, ¿las vería?, pues estaban cerca del mostrador en un ángulo muy difícil…
- te doy trres mil pesos, don, y además la buena ventura para tus hijos y tu mujer- arrojó el dinero con cierta displicencia que me enojó, sobre la mesa donde están las revistas que revisan los clientes para entretenerse o para elegir corte
- ¡llévate tu dinero!- yo estaba sorprendido de que hubiera hablado de mi familia- y deja esos cabellos
Ella no tomó el dinero de vuelta y tampoco me regresó el mechón, dio la vuelta y con una agilidad sorprendente salió de la estética. Tomé el dinero y salí en su busca, apenas si entrecerré la puerta, las calles son largas en esa colonia y me llamó la atención no poderla ver, al llegar a la bocacalle donde supuse que estaría por la ruta que tomó… simplemente se esfumó.
Los cabellos pertenecían a Natalia, por lo que busqué su número telefónico y le pregunté si podría pasar a verla, con el pretexto de que no le había dado su cambio completo. Ella prefirió pasar más tarde, lo que hizo un par de horas después… mientras le relataba lo sucedido se mostró cada vez más alarmada, noté hasta entonces un ligerísimo acento muy parecido al de la no anciana que esa tarde se había hecho de parte de su cabellera.
- ¿tomó el dinero que le ofrecía?
- Así es, pues salí en su busca
Como si su situación fuera irremediable se dejó caer en uno de los sillones del área de espera del salón de belleza.
- ¡ay, de mí!
- ¿por qué!
- Pues ella es una bruja
Estaba yo aun sonriendo, si bien esas historias he conocido muchas todas son falsas. En ese momento sus ojos se le inyectaron, como si tuviera una conjuntivitis fulminante, para luego sangrar copiosamente, luego de todo su cuero cabelludo manaba sangre y su piel se agrietaba, se enroscaba como un tres y tomaba la fisonomía muy similar a la no anciana que se había marchado horas antes
- necesito un mechón de cabellos- dijo sin reparar en la terrible escena; sangre en su rostro, en sus cabellos y en el piso, miraba a su alrededor buscando afanosa, por fin miró un grupo de cabellos obscuros, muy lacios
- ¿cuánto por este mechón?- yo estaba atónito, sacó unos billetes de variada
denominación y salió de la estética…
A la mañana siguiente, era yo un anciano, mi cama estaba llena de sangre y mi esposa berreaba como borrego en el matadero, al no reconocerme ni un ápice. Yo mesaba mi cabello…
1 comentario:
me super gustó... por favor escribe la continuación, sí, sí, sí
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