22 de agosto de 2006

el beso

Por Ricardo Meade
Agosto, 2006.

Roberto estaba enamorado de Vanesa, y nadie lo sabía por su boca, pero todos lo sabían por sus actitudes, la misma Vanesa estaba enterada; por lo que era la diversión mirarlo babeante e ido, clase tras clase, los maestros le hacían preguntas y el no sabía que contestar, el cuaderno estaba lleno del nombre de su amada, dibujos que debieran ser ella y otras necedades, dado que Vanesa lo miraba muy grasoso, muy gordo, muy feo… no le gustaba como hablaba, ni que usara lentes y si se aproximaba gritaba como histérica y corría todo el patio, en el fondo Vanesa temía a Roberto.

- ¡ya!, ¡pues dile!- le instó José Daniel, su amigo- si quiere ser tu novia y ya, para que te la saques de la cabeza
- ¡no, perdería lo que tengo!
- ¡no tienes nada, ni siquiera te saluda!
- Pero al menos puedo verla….

Roberto tenía razón, y si no le hubiera hablado, hubiera seguido haciendo poemas en silencio, como tantos besos que nunca hallaron el destino, pero vagando seguían vivos, y sus anhelos y esperanzas hubieran seguido vivas, tan sólo heridas por la cobardía de no acercarse a Vanesa. Pero quiso el destino o la providencia, acaso la fatalidad que quedaran frente a frente Vanesa y Roberto.

En realidad la suerte tenía nombre y tanto Rosalía, la mejor amiga de Vanesa, como José Daniel se las ingeniaron para que quedaran uno frente al otro, mientras una llevaba a su amiga a la tienda el otro llevaba a su amigo a la cancha de fútbol y… a una seña aquella dejó a su amiga, hablando a solas, al voltear se topo con Roberto en una de las largas galerías de la escuela, quien por alguna hazaña de la cordura no la distinguió a cien metros de distancia, como solía hacerlo.
Ella no quiso ser grosera, pero no le hablo, cayó en una situación donde no quería decir más nada, tampoco se le ocurría hacer nada y como si estuviera bajo algún embrujo no atinó a moverse, sonriente de nervios y con la mirada fija….

Roberto no sabía que hacer, la duda lo embargo por algunos segundos, sin que supiera que hacer, al final del corredor se miraba a José Daniel, quien usando señas le sugería que la besara, por lo que el otro se abalanzó a la grácil figura y posó sus labios sobre los de Vanesa.

Ella cerró los ojos ante la proximidad, era notorio que Roberto había jugado pues estaba todo salado y arenoso, la boca le sabía a torta de chorizo y en su horror pudo sentir lo que alguna vez fue una crocante cebolla, sintió las manos de Roberto por su cintura luego la estrechez entre sus cuerpos, Vanesa sintió todos los ascos, todos los horrores y pensó luego que algo así debía ser el infierno

Él no cerró los ojos, vio como se aproximaba el rostro de Vanesa hasta apreciar su rostro cerca, sintió el que ella se aproximaba, sintió él que era ella quien le besaba. Su boca era dulce, como una golosina y tersa como el terciopelo, luego el entusiasmo de tenerla cerca le hizo gozar, sentir un éxtasis insospechado. ¿cuánto habría durado el beso? Poco para él, eterno para ella, el caso fue que sus compañeros y otros alumnos se quedaron atónitos ante la escena…

Ella lo apartó en cuanto pudo, con la mayor fuerza que resultó mucha, dejando a Roberto a unos metros de ella quien, llorosa, gritaba:

- imbécil, estúpido, idiota ¿cómo te atreves?, ¡ te odio! Eres gordo, feo y cochino, me molestas, mírate la cara siempre sucia y tu ropa toda desaliñada y además…- revisándolo de cabeza a pies y no encontrando nada nuevo hasta topar con su patalón- ¡Estás orinado!. ¡ja!, ¡”meón” asqueroso!

Para entonces ellos estaban en el centro de un auditorio que aullaba primero con la osadía de Roberto, pero la respuesta de Vanesa congeló muchas risas, para provocar la mofa generalizada, ¡”El meón”, “el meón”!, gritaban todos a unísono. Rosalía se abrazó con Vanesa y salieron de ahí con paso ágil. Roberto, para su ignominia en lo que salía del sopor del beso para entrar en la vergüenza tardo en reparar que era el centro de la burla… y en el horror… no podía explicar que no era “meón”, pero tampoco la mancha. Nadie entraba en el círculo, todos se burlaban, incluso José Daniel, quien habría perdido un amigo, pero ciertamente ya no podía tener amistad con el “cerdo meón”, nombre que de ahora en adelante identificaría a Roberto.

Quedó ahí todavía unos treinta minutos hasta que se cansaron de burlarse de él, ya sólo regresó José Daniel para, de lejos, aventarle su mochila de útiles e irse corriendo. Roberto llegó a su casa, no necesito encerrarse en su cuarto… su madre aun no llegaba de la fábrica y su papá hacía meses que habían dejado de esperarlo. Se arrojó a un sillón y jugó un rato con el juego de video, perdió. Empezó a golpearse la cabeza y a decirse a sí mismo

- ¡pendejo!

Repetía la palabra y no contento con sentir sus manos en su cara, se dio de golpes en la pared, hasta que sangró, pero seguía desesperado, trompicaba con los muebles a los que arrojaba patadas, finalmente entró al cuarto de su madre, donde estaba el tequila para las grandes ocasiones, en su desesperación rompió el cuello de la botella al abrirla, bebió de todos modos dejándose los labios sangrantes, al notarlo buscó con que limpiarse y dio con el cajón donde su madre guardaba los cinturones de sus vestidos…. Parecían consolarlo, parecían decirle que todo pasaría, que no tendría que regresar a la escuela, que no tendría que ver a nadie, donde nadie le quería… tomo el que parecía más grande y se lo puso cual corbata, luego al baño, parado sobre la tapa de la tasa del excusado, y en un salto volvió a ver a Vanesa, aproximándose a su rostro… sus pupilas se dilataron y sus esfínteres se abrieron…

Procopio, uno de los policías que entró primero al baño al ver al adolescente colgado de la regadera le comentó a su “pareja”

- es un “cerdo meón”, colgado….

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece una muy buena redacción, e invita a la imaginación y empatia con Roberto, la sensibilidad de algunos adolescentes puede ser tan fragil como la de los personajes; solo me gustaría que apareciera un segundo de lucidez, o una señal, de que las cosas pueden ser de otra manera y que puedes construir otra realidad, la verdad Richard, me gustan mucho tus cuentos y ha sido un placer esta mañana leerte y quedarme con una reflexión personal.